domingo, 30 de noviembre de 2008

¡Libertad!


Tras este grito han marchado desde ejércitos gloriosos a gentíos desarrapados y desorganizados. Esta palabra ha sido utilizada por políticos, por charlatanes y por tipos de toda catadura para inflamar a las masas y moverlas incluso a arriesgar sus vidas. Actualmente en la sociedad en que convivimos no es una reivindicación fundamental de casi nadie, ni movería a una multitud airada, ni urge restablecerla. Porque parece que ciertamente somos libres para hacer lo que queramos, siempre dentro de un marco legal que refrendó la población en sufragio universal. Nadie duda de que las cotas de libertad que ahora alcanzamos distan mucho de las existentes dentro de sociedades donde todavía existía la esclavitud, el “derecho divino” o, más recientemente, las dictaduras militares que todavía azotan el globo pero de las que la sociedad occidental parece haberse librado, esperemos que definitivamente.

Yo aquí de lo que quiero hablarles es de la libertad individual, de la concreta, de la suya y de la mía. Que esa no hay quien la garantice, que no sea uno mismo.

Siempre he desconfiado de las generalizaciones y las abstracciones difusas que suelen ser utilizadas por políticos, caudillos y otras gentes de pocos escrúpulos para mover a los pueblos a levantarse en armas contra el vecino porque no permitirán que el “enemigo” entre en su casa a empujones, viole a su hermana, le quite el mando de la televisión y sintonice Al-yazira. El cabrón.

Porque el truco siempre se repite. Cogemos sentimientos individuales y únicos que uno alberga en sus entretelas por su padre, su abuela o su perro. Alguien se da cuenta de eso, normalmente un publicista o jefe de campaña (que para el caso es lo mismo) y lo utiliza sin empacho para manipularte a ti y a tu vecino, cuantos más mejor y además os podéis reforzar unos a otros que para eso hacemos grupo, equipo y polaco el que no bote. Así nos explicamos que por algo tan abstracto como la palabra “patria”, “democracia” o “libertad” corran miles de personas a asesinar a otras que curiosamente suelen luchar por lo mismo, cuando lo que se juega normalmente en realidad son intereses económicos de pequeños grupos o de incluso una sola persona o familia.

He puesto el ejemplo sangrante de las guerras, pero esto también se repite para manejar votaciones o la díscola voluntad de los consumidores y/o televidentes ¿Porqué se dará este mecanismo con tanta frecuencia y efectividad? Muchos pensadores han abordado el tema, como el psicoterapeuta Erich Fromm en su libro de título elocuente: “El miedo a la libertad”, o el filósofo Michel Foucault que nos explica en sus obras la tecnología del bio-poder en su ansia por doblegar voluntades. Por nuestra parte diremos que se percibe en el ser humano un conflicto, uno de tantos en los que estamos inmersos, entre el ansia de libertad y la desazón que nos produce cuando tenemos que decidir sin prórroga ni excusa. Es como si anheláramos salir del regazo del papá estado/jefe/administración pero con miedo a lo que nos pueda pasar sin su protección. Es un sentimiento que se palpaba claramente en los antiguos países comunistas, según me comentaban antiguos amigos oriundos del este. Imaginen, si pueden, un país poblado íntegramente por funcionarios, y se harán una idea.

Este conflicto se palpa en la misma naturaleza del concepto “libertad” del que se han ocupado filósofos y pensadores a los largo de los siglos intuyendo que en esto nos jugábamos nuestro destino y nuestra felicidad. No es un concepto extraño a nuestra cultura, nos lo enseñaron ya los trágicos griegos, el que uno es responsable de sus actos y de sus decisiones aunque intente desprenderse de esa responsabilidad con entusiasmo intentando culpar a las Parcas, responsables de los hilos del destino, o a los dioses juguetones. Ya nos mostraron que esto no funciona, el ciego Edipo o la testaruda Antígona, denunciando que más nos vale tener alguna conciencia de los que somos y detenernos un poco a ver qué hacemos con nosotros mismos y con los otros, porque nos encontraremos responsables de nuestros acto sin “obediencia debida” o “yo no sabía lo que hacía” que nos ampare. Esto se reflejará en nuestra vida, en cómo nos encontramos con nosotros mismos, en lo que los médicos ahora llaman “estado de ánimo”, poblando nuestro mundo de estrechos desfiladeros en los que repetiremos una y otra vez nuestros errores, guiados sólo por el temor y la soledad.

Pero dejemos por un momento a los griegos en las tinieblas del pasado y viajemos en el tiempo a los brillantes años actuales en los que estos peligros parecen haber quedado olvidados. Dado que la moderna tecnología puede “conectarnos” con amigos a cientos de kilómetros no se entiende la soledad y marginación que se encuentra en el núcleo de muchas de las llamadas “enfermedades mentales”, actualmente en auge en el mundo occidental. Dado que la tecnología ha creado “píldoras de la felicidad” que sacuden nuestros neurotransmisores con gran eficacia, no entendemos cómo la “depresión” ha pasado de ser un diagnostico casi anecdótico a ocupar categoría de plaga mundial en nuestro tiempo. ¿No será que algo se nos escapa de entre los dedos entre tanta maravilla tecnológica? ¿Nos habremos olvidado algo? ¿Y qué demonios tiene que ver esto con la libertad?

Pues, me explico, el tema es atemporal y existirá mientras existan seres que puedan llamarse a sí mismo humanos. Desde siempre se ha sabido que cargamos con las consecuencias de nuestras decisiones, sin apelativos ni atenuantes. Ya los estoicos nos hablan de cómo arraigan los vicios en nuestra alma doblegando nuestra voluntad y haciéndonos esclavos de nuestras pasiones. Ya los budistas daban hace cientos de años el nombre de karma al peso de la historia que nos vamos fabricando con nuestras acciones. ¿Somos responsables entonces de nuestra historia? Mucho, y cada vez más conforme pasan los años y tenemos oportunidad de jugar nuestras cartas por muy malas que parecieran de partida.

Las ciencias que estudian el psiquismo humano desde el punto de vista de las conductas, las cogniciones o incluso el soporte cerebral intentan cercar este margen de maniobra con explicaciones deterministas que alivian a los crédulos. Actualmente los genes son la moda, antes lo fue la familia, los traumas infantiles y anteriormente el tamaño y forma de la cabeza (si, aunque ya mueva a risa, la frenología tuvo gran popularidad durante casi todo el siglo XIX). Lo que sea con tal de no parar un segundo en esta carrera hacia la muerte que es la vida, y plantearnos por un instante qué hago con ella, porqué lloro siempre, porqué me duele tanto la espalda (a lo mejor hay que tirar el colchón, o cambiar al compañero/a de cama…), porqué a pesar de no ser feliz no cambio nada…a lo mejor la respuesta que demandamos a los médicos con tanto ahínco sólo puede obtenerse de reflexionar sobre qué hacemos, qué vida llevamos, cuanto hace que no compartimos buenos momentos, o reímos juntos o nos fijamos en lo tensos que estamos siempre y si siempre fueron así las cosas.

¿Cómo pretendemos que otros nos den cuenta y nos expliquen nuestras circunstancias, temores y esperanzas, cuando sólo uno mismo está en condiciones de hacer eso? Tan importante son los otros para el ser humano que sin sus cuidados cuando es recién nacido muere, aunque tenga comida y cuidados, sin cariño y contacto morimos. Necesitamos a los otros, de su energía, de su cariño, de sus opiniones y también necesitamos que crean en nosotros. Pero para forjarnos la vida hay puntos, quizás minúsculo, pequeños momentos, en que vamos decidiéndola, construyéndonos y en esto, al fin, estamos sólo con nosotros mismos. Son momentos en que podemos traicionarnos a nosotros mismos, o perdernos o no decidir (que es también una decisión). En todo caso disfrutaremos de las consecuencias, esta es nuestra maldición y nuestro privilegio bíblico: el libre albedrío. Que aproveche.

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