No sé si encontrarán esta pregunta lícita, u oportuna o racional. Tal vez piensen que sólo bromeo pero creo que si me siguen un poco, a pesar del tono algo ligero y juguetón de mi artículo, verán alguna justificación a esta pregunta. Les hablaré de lo que piden de un profesional de la psicoterapia distintas escuelas, prácticas y orientaciones; y sobretodo de lo que cabe, en mi opinión, que se pida un psicoterapeuta a sí mismo.
Creo que comenzaré por el psicoanálisis. El mismo Freud pone como uno de los pilares de su práctica la actitud de “espejo neutral” del analista, supuesta posición objetiva que devuelva mediante interpretaciones las proyecciones neuróticas del paciente. La “transferencia” establecida en el dispositivo analítico estaría posicionando al analista en el lugar de figuras importantes del pasado del paciente, casi siempre alguno de sus progenitores, por tanto debería cuidarse la “objetividad” por encima de este fenómeno neurótico. Esta postura está muy relacionada con el optimismo racional y científico de la ciencia de finales del XIX, que avanzaba a pasos agigantados gracias al método científico y el triunfo de la razón como solución a todos los males. Freud mismo pretende muchas veces tratar al “aparato psíquico” como un cirujano que extirpa un tumor, mediante interpretaciones certeras y a tiempo. Dentro de la amplia diversidad de facciones de psicoanalistas, para una mayoría en la evolución del pensamiento psicoanalítico esta postura quedó muy atrás, tanto en la concepción del propio Freud, como en la de muchos de sus seguidores más brillantes, desde Winnicott (abundando en la teoría objetal, que abre un punto de vista mucho más relacional del psicoanálisis), hasta Lacan (que estudia al Otro social introduciendo el estructuralismo y la lingüística en la teoría freudiana). Se introducen términos como “contratransferencia” o “deseo del analista”, para designar aquello que el analista aporta a la situación psicoterapéutica. Así se intensifica la importancia del “análisis del analista” en la formación del psicoanalista, lo que se estableció desde un principio como condición imprescindible para analizar, a pesar de que el mismo fundador de todo, Freud se tuvo que fiar de su propio autoanálisis sin supervisión. Mediante su propio análisis, se supone que el analista llega a librarse de gran parte de su carga neurótica (ya que el final del análisis es tema controvertido y de eterna disputa, pensaremos en términos de grado o gravedad de neurosis) para que así sus proyecciones no impidan atender a la realidad de lo que el paciente le presenta, evitando así que ambos anden dando palos de ciego inmersos en sus propios fantasmas transferenciales.
Bueno, abandonamos por un momento los nubosos caminos del inconsciente (ya sea personal o colectivo) para adentrarnos en las brillantes y definidas avenidas de la razón pura. Mediante la “reestructuración cognitiva” educaremos al paciente en lo que concierne a sus “ideas irracionales” reemplazándolas mediante nuestra argumentación (con ejemplos y esquemas) por creencias e ideas racionales que el terapeuta aprendió de sus profesores en psicoterapia o de los numerosos manuales existentes (podemos incluso encontrar lista de estas “creencias irracionales”). En esta orientación se da un gran valor a la razón humana, que, por tanto, debería ser una de las virtudes que destacaran en el psicoterapeuta de corte cognitivo. Esta capacidad se suele dar por supuesta y, la verdad, no tengo claro como se podría desarrollar más en una persona hasta el nivel de poder opinar con autoridad que los razonamientos de otro son defectuosos. Supongo que dicha autoridad procede de tratar con personas que sufren y piden ayuda a otros designados socialmente como “expertos en salud mental”, que están por supuesto libres de padecimientos psíquicos gracias a seguir los designios preclaros de la razón alumbrando “creencias racionales”. No me digan que estos super-hombres y mujeres no merecen un lugar destacado entonces en cualquier sociedad y justifican la pregunta inicial de mi artículo, ¿son sólo humanos?
Sin dejar del todo el cognitivismo, la rama conductista (casi nunca pura sino mezclada con técnicas cognitivas) se centra en una planificación educativa más contundente, podríamos decir. Aquí vemos todavía más claro el objetivo a alcanzar por la terapia y nos aplicamos a ello con esmero y diligencia. El objetivo supremo es la adaptación al medio. Este darwiniano objetivo se aplica tanto para el medio natural como para el social de forma que se traduce el sufrimiento en términos de grado de desadaptación al medio. Por supuesto este método es nefasto cuando cae en manos de gobiernos o instituciones de corte fascista, represor o dictatorial. Gracias a los cielos en occidente actualmente disfrutamos de gobiernos democráticos, libres y pluri-culturales en los que cualquier caso de falta de adaptación identifica claramente un caso de enfermedad mental de diferentes grados que pueden corregirse mediante infinitas variaciones del método premio-castigo. Por supuesto los campeones de este poder normativo deben ser las personas más respetuosas de la sociedad libre y democrática, entre los que inequívocamente se encuentran los psicoterapeutas.
A la terapia sistémica debemos agradecerle la introducción de las teorías cibernéticas en el estudio de las relaciones humanas. Mediante desarrollos a partir del psicoanálisis, sobretodo de la escuela de Sullivan, se internan en los sistemas familiares enfermantes interviniendo como factores nuevos que aportan salud, desactivan círculos viciosos de años de duración eludiendo triangulaciones y dobles vínculos. Para lograr estas hazañas suelen contar con un numero definido de consultas y todo un equipo que apoya desde la posición de espectador (tras un cristal normalmente) evitando los peligros de la circularidad mal manejada. Este conocimiento profundo sobre los vericuetos de las relaciones y la comunicación humana evita que se vean atrapados en situaciones que han apresado a familias enteras durante generaciones. Estas disciplinas son para estos psicoterapeutas un conocimiento técnico que puede enseñarse como una asignatura y luego entrenarse hasta hacerse uno experto en el manejo de situaciones conflictivas y paradójicas. Sin duda estos conocimientos son utilísimos tanto fuera como dentro de las consultas, haciendo de estos psicoterapeutas criaturas con especial facilidad para el trabajo en grupo y con familias particularmente sanas y felices.
Ya en general, dentro de la relación terapéutica suele recomendarse como mínimo establecer un cierto grado de empatía. Esto es, contar con cierta capacidad de ponernos en el lugar del otro y estar dispuesto a hacerlo. Dado el volumen normal de asistencia a una consulta de psicoterapeuta, por ejemplo, pongamos a unas diez personas al día siendo optimistas hablando de una institución pública, pedimos un verdadero despliegue de empatía a nuestro profesional, teniendo en cuenta el condicionante de que esta asistencia será universal y la patología de lo más variado. Así pedimos un verdadero derroche de plasticidad empática y capacidad de comprensión ante cualquier persona que reclame ayuda psicoterapéutica sean cuales sean sus aspiraciones o exigencias con respecto a la terapia, al terapeuta, a su marido o mujer, a sus hijos o al mundo en general. Esta capacidad empática, generosidad y capacidad de servicio al otro técnicamente recomendada en todos los manuales suele sostenerse algunas consultas e ir poco a poco diluyéndose si no tiene como base algún tipo de sentimiento sincero (¿se puede de verdad exigir esto a un ser humano?). A evitar estas relaciones insinceras pero técnicamente perfectas ayudaría, en mi opinión, ir atreviéndonos a descabalgarnos poco a poco de la posición de “experto en lo que necesitas” a pesar de que el paciente muchas veces nos aúpe y quede encantado de que alguien al fin sepa lo que necesita y decida por él. Entiéndanme que creo que esta posición a veces tiene su utilidad en el proceso terapéutico, pero si nos quedamos en eso es posible que la relación vaya poco a poco viciándose hasta el punto de ser poco útil, paralizante e incluso insufrible para uno o para ambos a menos que medie una gran cantidad de dinero, claro. El único antídoto que se me ocurre para evitar esto es ir introduciendo sinceridad hasta donde se pueda y tolere, según el propio arte y lo que se va aprendiendo en la experiencia vital y profesional, tornando la relación cada vez más real partiendo de la base de que alguien pide ayuda y otro recibe cierta compensación (normalmente económica) por intentar ayudarlo. Tener esto bien claro me parece un punto clave en la formación de cualquier psicoterapeuta en el que no se suele incidir primando e incidiendo la formación mucho más en otras facetas más “edulcoradas” o listando buenas intenciones y dando por supuesto que contaremos con los recursos emocionales para afrontar la angustia, la pena o el cuestionamiento por parte de otro.
2 comentarios:
La versión suprema del superterapéuta empático sería el actorterapéuta que sustituya a la figura abandónica de la forma anhelada. P.e si uno se siente solo porque todos sus amiigos le dejaron.....; si otro fue maltratado por sus padres...; si otra se siente vacía porque la dejó el cabrón aquel...
Esto ya sería curioso pero si lo que se echa de menos es alguien que les pegue!!!
Eché en falta por otro lado el terapéuta filósofo, que comparte con el otro los diferentes vericuetos de la existencia y ayuda a buscar nuevas filosofías de vida que jodan menos.
También el terapéuta que ayuda de verdad, el que hace buenos informes para conseguir la invalidez absoluta y permanente;)
Ah! y el terpéuta callejero que enarbola la bandera asertiva comunitaria!
Y donde te dejas el terapeuta camarero, que te apoya con una copilla...
Un momento. Si cambio copilla por pastilla me sale un psiquiatra :p
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