sábado, 12 de junio de 2010

Aikido y psicoterapia


En principio aspiro a trasmitir en este escrito una cierta comprensión de lo que significa psicoterapia para muchos profesionales (considerando que hay otras concepciones y posicionamientos teóricos) y señalar simultáneamente ciertos paralelismos con lo que voy conociendo como práctica de aikido, sin ánimo de ser exhaustivo y en un intento de comunicar mi sorpresa ante los diferentes caminos por los que el ser humano va buscando una cierta armonía consigo mismo y con los demás, y cómo desde culturas separadas por miles de kilómetros y mentalidades también separadas por no menos prejuicios se puede llegar a puntos comunes con enjundia sobre cómo afrontar las decisiones diarias a las que nos vemos abocados y que tanto interesan a nuestro estado físico y mental.
Las modernas técnicas psicoterapéuticas del siglo XXI van poco a poco recogiendo el legado de las tecnologías mentales cultivadas durante siglos para alcanzar la serenidad mental. El modernísimo mindfullnes que revoluciona las técnicas cognitivas actuales para alcanzar mayores grados de conciencia e integración de la experiencia sensible, es poco más que una adaptación de técnicas meditativas antiquísimas. La civilización occidental va poco a poco desacelerando su carrera técnica y tomando conciencia de los beneficios o perjuicios reales que la vida en una gran ciudad occidental nos reporta. ¿Nos estamos creando un entorno saludable desde un punto de vista físico y mental? ¿O pensamos que las hiper-tecnificada medicina moderna nos reemplazará sin dolor ni desgaste los órganos dañados por décadas de mal uso, pacificará nuestras mentes con drogas inocuas y colmará nuestros deseos sin precio o esfuerzo alguno? Aunque parezcan preguntas abstractas, a estos interrogantes se tiene que enfrentar día a día el profesional que intenta ayudar a otras personas desde un punto de vista psicoterapéutico en una consulta actual. Y créanme que no se plantean los dilemas en un plano abstracto o desapasionado, sino en uno concreto, apremiante y trágico muchas veces.
Las modernas investigaciones en psicoterapia atribuyen a la llamada “relación terapéutica” un peso importante en la efectividad final de la terapia (de un 38-54%) en contraste con la técnica o escuela del psicoterapeuta (apenas un 8%). En el establecimiento de esta relación que quiere ser de ayuda, el terapeuta aporta su actitud ante el paciente, actitud que debe tener ciertas características para ser beneficiosa. El famoso psicoterapeuta humanista C. Rogers señaló tres características básicas de la actitud que debe tener un buen terapeuta ante su paciente: La primera, autenticidad, también llamada “congruencia” definida como la capacidad para “ser uno mismo”, sin apariencia o artificio que no pueda sostenerse a largo plazo. Virtud esta difícil de lograr y que tiene que ver con encontrar el “lugar” de uno frente al otro que nos demanda angustiosamente soluciones y alivio rápido a sus ansiedades. Con saber quién somos y donde estamos a pesar de los tirones emocionales a los que nos someterán en el proceso de terapia o las demandas más o menos irreales que nos hagan. Tiene que ver con encontrar un “centro” y mantenerlo. ¿Les suena estos a los aikidokas?
La segunda característica es la llamada aceptación incondicional, que tiene que ver con la capacidad del terapeuta de aceptar las experiencias y sentimientos del paciente sin juzgarlos ni sancionarlos. Equivale a una suerte de aceptación benevolente de la persona a la que atendemos más allá de prejuicios y moralinas. Como comprenderéis los avezados aikidokas esto no se consigue sólo con desearlo sino que necesita todo un proceso personal de entrenamiento en la atención y apertura al otro, percepción de sus motivaciones y consciencia de nuestras propias interferencias. ¿Se diferencia esto mucho de la conciencia del adversario que entrenamos una y otra vez en las técnicas de aikido? Tengamos en cuenta que la relación entre uke y tori no se llega a plantear sólo como un enfrentamiento en aikido, sino como una búsqueda de la mejor solución a un encuentro en el que consideramos tanto nuestra seguridad como la del uke (recordamos la repetida frase de “cuidar al uke” en la ejecución de las técnicas).
La tercera característica es la empatía. Desgastada palabreja que a fuerza de utilizarse para todo casi pierde su significado. La empatía aquí hace referencia en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de compartir algo de su experiencia y hacerse cargo de sus angustias considerándolo realmente otro ser humano al menos tan importante como uno mismo ¿No es esta la esencia de las palabras del fundador del aikido cuando dice “La vía del budo es hacer del corazón del universo nuestro propio corazón”?
Para poner fin a estos breves apuntes, señalaré el paralelismo entre la propuesta de ayuda en la psicoterapia y en el modo en que el aikido enseña a encarar los conflictos. Precisamente en este punto es donde observo las mayores semejanzas, ya que gran parte del enfoque de los problemas y encrucijadas desde el punto de vista psicoterapéutico pasa por ayudar a superar los falsos planteamientos dicotómicos, abrir opciones donde no las había, aprender a no derrochar las energías manteniendo imposibles y buscar el cuidado de uno mismo y del supuesto adversario, porque finalmente el conflicto siempre fue contra aspectos de uno mismo. Si este no es el espíritu del aikido, ¿qué lo es?