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viernes, 1 de enero de 2010

Entrevista a Daniel C. Dennett



Entrevista realizada por Enrique Font y Ester Desfilis. Institut Cavanilles de Biodiversitat i Biologia Evolutiva. Universitat de València. Extraida de la revista: métode

Daniel C. Dennett, calificado por algunos como el nuevo Bertrand Russell, es un personaje difícil de resumir. En varios cientos de artículos y en sus numerosos libros, desde “Content and Consciousness” (1969) hasta “Brainchildren: Essays on Designing Minds” (1998), Dennett ha explorado temas tan diversos como el lenguaje, la cognición, la consciencia, la inteligencia artificial, la filosofía de la mente o la teoría de la evolución, y en todos ellos ha adquirido un reconocimiento internacional indiscutible. Educado en Harvard y en Oxford, donde se doctoró en 1965, Dennett se describe a sí mismo como filósofo, pero su trabajo ofrece una visión de la filosofía muy distinta a la que hasta ahora estábamos acostumbrados. Para la mayoría de los científicos, los filósofos son humanistas que no saben nada de ciencia. Dennett, sin embargo, es un atento seguidor de los avances científicos y entiende el lenguaje técnico mejor que la mayoría de los científicos.

Daniel C. Dennett (1942) es Distinguished Arts and Sciences Professor y director del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts (Massachusetts, EEUU). El pasado mes de noviembre, Dennett visitó Valencia para participar en el congreso “Evolution: From molecules to ecosystems” organizado por el Instituto Cavanilles de la Universidad de Valencia. El congreso reunió en el Jardín Botánico de la Universidad a una nutrida representación de biólogos de varios países y en él participaron algunos de los más destacados especialistas en el campo de la biología evolutiva.

Durante varios días tuvimos ocasión de conocer personalmente a Dennett y de conversar con él sobre los temas más variados y, especialmente, sobre sus ideas acerca de la evolución. La teoría de la evolución ha sido un tema recurrente en la obra de Dennett, y a ella ha dedicado uno de sus libros más recientes, Darwin’s Dangerous Idea (1995), traducido al castellano como La peligrosa idea de Darwin (Círculo de Lectores, 1999). En este libro, Dennett explora las implicaciones del legado de Darwin desde la perspectiva de un filósofo. Para Dennett, la revolución darwiniana no fue sólo científica, sino también filosófica, y son precisamente las implicaciones filosóficas las que hacen que la idea de Darwin sea peligrosa. Peligrosa porque promete –no amenaza– transformar profundamente nuestra visión tradicional de lo que es la vida y del lugar que ocupamos en el universo.

Dennett no es, desde luego, un filósofo al uso. Uno de los aspectos de su personalidad que más sorprende es su tremenda curiosidad por todo lo que tienen que decir los científicos. Sus reflexiones sobre la biología no están basadas en Aristóteles, Platón, Kant ni en otros oráculos habituales, sino en el trabajo de los propios biólogos. Dennett sí sabe escuchar a los científicos y toma buena nota de lo que escucha. Durante las sesiones del congreso sobre evolución pudimos verle tomar notas con una vehemencia que haría palidecer al más devoto de nuestros estudiantes universitarios –incluso en conferencias que muchos biólogos hubiesen calificado como aburridas– y en varias ocasiones hubo que suministrarle papel adicional para que pudiera seguir escribiendo.

¿Qué puede aportar la filosofía a la biología?
En primer lugar hay que aclarar que no existe la ciencia libre de filosofía. Hay ciencia en la que no te tomas la molestia de examinar tus presupuestos filosóficos, y ciencia en la que sí lo haces, pero siempre hay presupuestos filosóficos. A lo mejor tienes suerte –¡mucha suerte!– y los presupuestos filosóficos de tu ciencia son inofensivos y neutrales. De hecho, es muy raro que ese sea el caso. La contribución que hace la filosofía es simplemente exponer los presupuestos filosóficos de la ciencia y ver si son buenos. Para hacerlo bien debes conocer la ciencia en cuestión. Mucha de la filosofía de la ciencia que se hace hoy en día es inútil porque no está educada en la ciencia pertinente. En este sentido, los filósofos que hayan hecho sus deberes y hayan aprendido biología pueden hacer una contribución muy interesante.

Su libro La peligrosa idea de Darwin ha sido el libro sobre darwinismo que más comentarios ha suscitado estos últimos años, ¿a qué cree que se debe que el libro haya recibido tanta atención?
Creo que tuve la suerte de expresar ideas que en ese momento necesitaban ser expresadas. Cuando se publicó mi libro mucha gente estaba empezando a pensar sobre una visión más general del darwinismo, yo únicamente lo hice unos pocos meses antes de que lo hicieran otros. Recuerdo que cuando estaba trabajando en el libro pensaba: “tendré suerte si lo tengo publicado antes de que alguien escriba un libro sobre el mismo tema”. Podía oir como otros a mi alrededor empezaban a expresar esas mismas ideas, y de hecho varios libros que salieron poco después que el mío contenían ideas muy parecidas. Tuve la suerte de estar allí unos pocos meses antes que ellos.

¿Qué siente un filósofo al ser invitado a participar en un congreso sobre biología evolutiva?
Me encanta que me inviten a estas conferencias, las encuentro fascinantes. Estoy muy satisfecho por la recepción que mi libro ha tenido entre los biólogos. He llegado a la conclusión de que el hecho de que me inviten a sus conferencias y a sus seminarios es señal de que piensan que tengo algo que aportar, y de hecho estas reuniones ocupan una gran parte de mi vida desde que se publicó el libro. Durante los últimos cinco años he estado en más departamentos y conferencias de biología que de filosofía.

La idea principal del libro La peligrosa idea de Darwin es que el simple algoritmo de la selección natural es aplicable a un gran número de fenómenos de muy diversa índole, algunos de los cuales ni siquiera habían sido considerados por los biólogos y por otros científicos. En sus libros anteriores había referencias a la evolución pero éste es el primer libro dedicado enteramente a este tema. ¿Cómo empezó a interesarse por la biología evolutiva?
Siempre he creído que el pensamiento evolutivo era importante para comprender el aprendizaje, para entender como funciona el cerebro. De hecho en mi primer libro Content and consciousnessContenido y conciencia) esbocé una teoría evolutiva del aprendizaje. Al pasar los años, me impresionaron las reacciones tan negativas que provocaba el pensamiento evolutivo entre la gente de mi campo y de las ciencias cognitivas en general. Gente que, para mi sorpresa, mostraba una aversión muy intensa hacia el pensamiento evolutivo por razones que ni ellos mismos eran capaces de admitir, y así empecé a interesarme por la oposición al pensamiento evolutivo. Cuanto más veía, más me convencía de que tenía que escribir un libro sobre el tema, y en el proceso aprendí muchas cosas sobre la biología evolutiva que no conocía, y cuanto más aprendía más fascinante me parecía. (publicado en castellano como

¿Por qué piensa que la evolución despierta tanto interés hoy en día?
Creo que hay muchas razones. Una de ellas, por supuesto, ha sido el tremendo progreso de la biología molecular y del proyecto genoma. Además, la gente empieza a comprender que los problemas del medio ambiente y las enfermedades son fundamentalmente problemas evolutivos. No vamos a encontrar buenas soluciones para problemas tan acuciantes como el calentamiento global o las epidemias si no tenemos una perspectiva evolutiva. Otra fuente de interés viene de la informática, en la que las aproximaciones evolutivas al desarrollo del software y los algoritmos genéticos están teniendo un gran éxito. Esto hace que la gente esté empezando a comprender que, tanto si quiere como si no, los algoritmos evolutivos están por todas partes.

En el libro utiliza como metáforas las “grúas” y los “ganchos colgados del cielo”. ¿Podría explicarnos qué entiende por “grúa”?
Hay diferentes formas de ver la evolución; yo veo el trabajo que hace la evolución como una elevación en el espacio de diseño. El mecanismo básico de la selección natural es como un elevador muy lento y gradual; es como empujar algo hacia arriba por una rampa. Las personas que recelan del poder de la evolución han buscado cosas a las que no sería posible llegar por esa rampa porque son demasiado maravillosas, y han buscado milagros venidos de lo alto, “ganchos colgados del cielo”. Pero en su lugar se han encontrado con que el proceso de la selección natural ha creado por sí mismo elevadores muy eficaces, a los que yo llamo “grúas”. Una grúa es un artilugio que realiza elevaciones locales muy eficazmente. En relación a la evolución, una grúa es un fenómeno que permite una elevación más rápida, que hace que el proceso evolutivo avance de forma más rápida y eficiente. Así el sexo es una grúa indiscutible porque, una vez tienes recombinación, ésta permite unas trayectorias mucho más rápidas a través del espacio de diseño. De hecho, el sexo tiene que proporcionar importantes beneficios porque hay que pagar el precio inicial que supone dividir la eficacia por la mitad. Lo bonito de considerar el sexo como una grúa es que no surgió para ser una grúa. No debemos cometer el error de pensar que la evolución tiene un plan. Pero una vez el sexo aparece en escena permite explorar más rápidamente el espacio de diseño de lo que era posible antes. El lenguaje también es una potente grúa. Gracias a él tenemos la ingeniería genética, que es la última de una serie de aceleraciones evolutivas debidas a nuestra propia especie. La selección artificial, como dijo Darwin, ha sido un potente amplificador de la selección, pero no es nada comparada con la ingeniería genética. Ahora tenemos plantas con genes de luciérnaga que brillan en la oscuridad. Esto significa salvar una distancia enorme en el espacio de posibilidades, algo que era tremendamente improbable antes de la ingeniería genética.

Algunos científicos de reconocido prestigio como Stephen J. Gould son objeto de crítica en su libro. ¿Cuáles fueron esas críticas y cómo respondió Gould a ellas?
En mi libro sugería que Stephen J. Gould había estado divulgando una idea tergiversada del estado actual de la teoría evolutiva, ... y por supuesto no esperaba que le sentara bien semejante acusación. Así que su respuesta no fue en absoluto inesperada, aunque fue decepcionante. Escribió una respuesta muy airada (véase Darwinian Fundamentalism, 1997), muy emocional, pero no respondió directamente a las críticas que yo le hacía.

Uno de los autores que aparentemente más le ha inspirado en el campo de la biología evolutiva ha sido Richard Dawkins, autor de El gen egoísta. ¿Cuál es su opinión sobre la obra de Dawkins?
Curiosamente, al principio, cuando oí hablar del libro de Dawkins, no quise leerlo, porque el título me hizo pensar que iba a ser una explicación o pseudoexplicación genética del egoísmo humano, y pensé que sería una estupidez y que no me interesaba leerlo. Lo que ocurrió es que mi colaborador, Douglas Horstatdter, lo leyó y me dijo: “Dan, tienes que leer este libro”. Lo hice y me convertí en un “fan” de Dawkins

¿Es posible que la reacción de Gould pudiera deberse en parte a que usted ha dado apoyo filosófico a las ideas de R. Dawkins, J. Maynard Smith y otros conocidos neodarwinistas?
En EEUU, las ideas de Dawkins y Maynard Smith acerca de la evolución han sido silenciadas y Gould tiene gran culpa de ello; es decir, él ha sido muy convincente a la hora de presentar su propia visión del proceso evolutivo como la visión correcta. Incluso ha disuadido a la televisión pública de emitir programas en los que se expusieran otras visiones. Por ejemplo, Dawkins realizó una serie de programas excelentes sobre la evolución para la BBC que nunca se han visto en EEUU. ¿Por qué? Porque los asesores de la televisión pública, entre ellos Gould, dijeron que no eran buenos. Pero Gould no es el único, en cierto modo Steven Rose desempeña un papel similar en Inglaterra, o Lewontin,... es terrible, pero es así.

¿Por qué piensa que algunos biólogos como Gould están tan preocupados por imponer una versión descafeinada del darwinismo, es decir, por aceptar que hay fenómenos naturales que no pueden explicarse por el simple algoritmo de la selección natural?
Es algo que siempre he intentado averiguar; tengo algunas sospechas pero me resisto a ofrecer un diagnóstico. Algunos hechos, sin embargo, son obvios. Muchas de las razones que tiene la gente para resistirse a un darwinismo completo, con todo su vigor, son políticas en un sentido amplio del término. La gente es reacia a conceder a la ciencia tanta importancia en el proyecto explicativo, para proteger así cierto tipo de fenómenos humanos de cualquier explicación científica. Este es, en cierto sentido, un proyecto político. Hay personas tanto de derechas como de izquierdas que quieren mantener a la ciencia en su lugar. Creo que Gould simpatiza con el tipo de nociones deconstructivistas de la ciencia que reivindican que la ciencia no posee un punto de vista privilegiado en el camino hacia la verdad y yo no estoy de acuerdo con esa visión.

En su libro afirma que “la prudencia exige que las religiones sean encerradas en jaulas”.
Absolutamente necesario. Ésta es probablemente la frase del libro que más a menudo se cita fuera de contexto. Los ejemplos que di incluían las religiones que practican el sacrificio de animales, la esclavitud de las mujeres, ..., y dejé muy claro que todos nosotros, en todos los países, ponemos límites a la libertad religiosa. No permitiríamos una religión que esclavizara o que hiciera sacrificios humanos. Y en ese contexto afirmé que la libertad religiosa tiene sus límites y para ello hice el paralelismo con los animales encerrados en los zoos. Y cada vez que una persona religiosa me echa en cara esa frase, le digo: ¿tu aceptas la fetua contra Salman Rusdie? Si no la aceptas, entonces estás de acuerdo conmigo.

¿Cuál es su opinión sobre la enseñanza del creacionismo a los niños en las escuelas?
Este es un problema muy real en EEUU. Hay muchos profesores, incluso profesores de universidad, que apoyan que se enseñe el creacionismo en las escuelas, y para mí esto es muy perjudicial. No propongo que los metamos en jaulas, pero creo que deberíamos dejar claro tan públicamente como sea posible que esa gente tiene miedo de enseñar la verdad. Sus niños les preguntarán cuando crezcan: ¿Por qué me contaste esas mentiras? ¿No pensabas que iba a ser capaz de enfrentarme a la verdad? Yo creo que mentir a un niño es malo. Por supuesto, hay mentiras que parecen benignas, como Santa Claus. A veces me maravillo de que la gente se sienta a gusto con esto, porque creo que sienta un mal precedente: ahí tenemos a gente mayor conspirando para engañar a los niños sobre algo que más tarde o más temprano van a descubrir que es mentira. Si los adultos imponen el creacionismo o la ciencia de la creación a sus niños llegará el momento en que los niños les van a decir: ¿Por qué nos engañasteis?

¿Va a continuar explorando las implicaciones del darwinismo?
¡Oh sí!, ahora mismo estoy trabajando en un libro sobre la evolución del libre albedrío. Es algo que ya traté aunque de forma muy rudimentaria en mi libro Elbow Room. Creo firmemente que, al menos en EEUU, la resistencia de mucha gente al pensamiento evolutivo se debe al miedo a que nos roben nuestra libertad. Piensan que si se considera el Homo sapiens como un producto más de la evolución, como cualquier otro animal, nuestra imagen de nosotros mismos y de nuestro libre albedrío quedará destruida. Yo quiero argumentar justo lo contrario: no comprenderemos realmente el libre albedrío hasta que no sepamos qué es y cómo evolucionó, y lo que quiero hacer es contrastar el libre albedrío humano como fenómeno evolutivo con el libre albedrío animal. Y la diferencia es enorme. Son tan diferentes como el lenguaje humano y el canto de un pájaro. Ambos son productos de la evolución, pero el lenguaje humano es indudablemente un fenómeno más complejo, interesante y productivo que el canto del pájaro, por hermoso que este sea. El libre albedrío humano es mucho más complejo e interesante que el libre albedrío del pájaro para volar donde quiera. Creo que si la gente comprende que podemos situar la libertad humana en un contexto evolutivo seremos capaces de entenderla y apreciarla mejor.

¿Tienen los animales libre albedrío?
No en un sentido interesante, en parte porque no son moralmente responsables. Este es el punto clave del libre albedrío.

Recientemente, algunos investigadores han empezado a aplicar una perspectiva evolutiva al estudio del comportamiento y de la mente humanos. ¿Qué piensa sobre esta nueva disciplina que muchos denominan psicología evolucionista?
Mis ideas sobre la psicología evolucionista son mixtas y en La peligrosa idea de Darwin intenté dar una visión equilibrada. Creo que se ha establecido entre los psicólogos evolucionistas una mentalidad de asedio, y es una pena. Se supone que todo el esfuerzo debe ser contra nuestros críticos y, por consiguiente, está muy mal visto criticar desde dentro porque ... ¡ya tenemos bastantes enemigos fuera! Pienso que es un gran error. Hemos de ser muy críticos con el trabajo de segunda categoría dentro del campo y creo que no se ha sido bastante... No es agradable criticar el trabajo de los de tu propio bando, pero es importante hacerlo, y hacerlo amablemente pero a la vez con tanta severidad como sea necesario. Creo que el nivel en psicología evolucionista debería ser considerablemente más alto. El material bueno es bueno y el material malo es terrible. Hace poco me hablaron de un escritor de ciencia-ficción llamado Sturgeon que enunció la denominada ley de Sturgeon, que dice que el 95% de todas las cosas es basura. Y esto supongo que se puede aplicar también a la filosofía y a la biología molecular. Debemos apartar los ojos del material de segunda categoría y concentrarnos en el que sea realmente bueno, es decir, criticar pero también apoyar. Entre los psicólogos evolucionistas ha habido una tendencia a desestimar las explicaciones culturales, que también son fruto de la evolución. De todas formas, creo que sus contribuciones son útiles y valiosas, y la gente no debería resistirse a ellas únicamente porque escuchen diatribas ideológicas en su contra.

Uno de los temas sobre los que ha escrito mucho es la mente. ¿Cómo de cerca estamos de comprender la mente?
Creo que estamos muy cerca. Hace poco revisé una serie de ensayos que saldrán en un número especial de la revista Cognition dedicado a las aproximaciones neurocientíficas a la consciencia humana. Me invitaron a hacer un artículo de revisión en el que debía opinar sobre si esos trabajos explicaban o no la consciencia, y mi respuesta fue un rotundo “Sí”. Creo que estamos haciendo excelentes progresos. Como en el caso de la biología evolutiva, las nuevas tecnologías nos están inundando con muchos datos. Ahí están las técnicas que permiten visualizar el cerebro de forma no invasiva, y también las técnicas de modelización que permiten explorar los fallos y los aciertos de modelos mucho más complejos que los que se podían estudiar antes. Hoy en día todo el mundo empieza desde un nivel mucho más sofisticado que hace diez o quince años y creo que las piezas están encajando muy bien.

¿Cómo ve el futuro de las relaciones entre la biología y las ciencias sociales?
La verdad es que no lo sé, pero creo que va a ser muy complicado,... por una parte vemos una disciplina joven de economía evolutiva, vemos aproximaciones evolutivas a la teoría política, a la historia, a la psicología, ... No se puede decir que no haya personas que estén empezando a darwinizar sus disciplinas. Las hay y están haciendo un trabajo muy interesante, pero también hay una larga historia de profunda antipatía, de escepticismo, y esto en algunos casos parece estar recrudeciéndose. En el campo de la antropología es un verdadero escándalo. Los antropólogos físicos son evolucionistas y los antropólogos culturales ven cualquier consideración de evolución como la más terrible de las herejías y parece que no hay cura para ello. La única cura posible consiste en esperar a que esos antropólogos sociales, esos antropólogos culturales y sus estudiantes se jubilen y sean reemplazados por subespecies mejores.

domingo, 26 de abril de 2009

jueves, 26 de febrero de 2009

¿Qué es la psiquiatría biológica?


Artículo extraido de blog: El cajón de Watson.


Autor: Manuel Valdés Millar
Título: Psiquiatría Biológica: ¿Medicina o Ideología? La ausencia de respuestas éticas en la investigación psicobiológica.
Editorial: Mundo Científico nº172.
Barcelona, Octubre 1976

[Manuel Valdés Miyar: profesor titular de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona y Jefe de Sección del Área de Medicina Psicosomática y Conductual de la Subdivisión de Psiquiatría del Hospital Clínico y Provincial de Barcelona]

[Presentación] El progreso de la psiquiatría biológica a partir del empleo de modelos sistémicos ha permitido un conocimiento cada vez más preciso de la psicobiología de la vida psíquica, pero no ha servido para definir con criterios objetivos lo que es normal o deseable para el hombre. Por lo tanto, en la psiquiatría biológica se manejan conocimientos desprovistos de significado ideológico y moral, lo que obliga a los psiquiatras a recurrir a sistemas de valores ajenos a la ciencia.

El tratamiento de las alteraciones de la mente ha sido siempre una práctica polémica y casi nunca se ha fundamentado en un verdadero conocimiento de la biología del cerebro, de ahí que la psiquiatría haya sido cíclicamente acusada de definir las enfermedades mentales a partir de juicios de valor. Por ejemplo un juicio de valor seria afirmar que la discrepancia ideológica es un síntoma de psicosis, o que la masturbación es un trastorno, y aunque la psiquiatría ha progresado espectacularmente en las tres últimas décadas, todavía sigue recurriendo al diagnostico por consenso y a la definición de lo anormal en términos de desviación estadística. Esto es así porque todavía hay muchos trastornos que hasta ahora únicamente pueden ser descritos en función de su historia natural, de manera que no está claro si se trata de estados psíquicos circunstanciales, de alteraciones de la integración de la experiencia o de verdaderas enfermedades psíquicas. En la década del setenta, algunas filosofías libertarias que se enfrentaron a la praxis psiquiátrica de un modo decididamente radical, consideraron superflua esa distinción, y sostuvieron con escasa finura epistemológica que la enfermedad mental era un mito generado por la cultura y por el poder para neutralizar a los disidentes. Naturalmente, este punto de vista no duró mucho ni resolvió nada, y desde entonces la psiquiatría biológica ha ido desarrollándose ostensiblemente, sin dar respuesta adecuada a muchas preguntas que pueden hacerse sobre la naturaleza y los límites de su competencia.

Pero, ¿qué se entiende por psiquiatría biológica? A la psiquiatría (y a la medicina) biológica la definen sus postulados teóricos y sus métodos, que difieren de los sostenidos por la psiquiatría (y la medicina) organicista decimonónica, básicamente empírica, y sustentadora del paradigma de las enfermedades infecciosas como modelo para entender la enfermedad. Por lo tanto, a medida que la medicina ha ido fundamentándose en la investigación biológica, basada en la Teoría General de Sistemas y en la teoría de la información, la psiquiatría ha ido nutriéndose de la investigación psicobiológica, y ha tenido acceso a un tipo de explicaciones que han ido modificando su praxis aceleradamente.

LA PSIQUIATRÍA BIOLÓGICA SE DESARROLLA MÁS EN EL LABORATORIO QUE EN LA CLÍNICA

La psiquiatría biológica parte de la base de que la arquitectura heredada de la mente humana es el resultado de un proceso evolutivo, configurado por la necesidad de resolver problemas de adaptación al medio. Por lo tanto, el funcionamiento de esa mente está subordinado a la necesidad de sobrevivir, y sus objetivos se centran en la solución de problemas que pueden afectar a la reproducción de la especie, aunque sea muy remotamente. Así, por ejemplo, estar de buen humor resulta adaptativo porque, al promover actitudes afirmativas y afiliativas, hace más probable la interacción agradable con el otro sexo e incrementa la posibilidad de fecundación. Es cierto que el hecho de estar triste también aumenta la probabilidad de caer en los brazos reparadores de otro ser de otro sexo, pero sabemos que en los estados de estrés y de depresión -que son estados dependientes de la regencia funcional del sistema septo-hipocámpico o inhibidor de la acción (SIA) la regulación hipotalámica del eje hipofisario hace altamente improbable la fecundación, que es uno de los primeros lujos que un organismo suprime cuando está en apuros. Así pues, la psiquiatría biológica debería contemplar los estados emocionales y las conductas desde la perspectiva de analizar sus cualidades en referencia a su valor adaptativo, y a continuación tendría que sancionar qué estados o conductas son biológicamente deseables para cada sujeto en particular (ya que el valor adaptativo de una conducta está más determinado por su capacidad para servir a los intereses de la especie que a los del sujeto). ¿Debe la psiquiatría biológica ponerse al servicio del individuo hasta el extremo de sentirse eximida de toda servidumbre a los intereses de perpetuación de la especie? Y si es así, ¿qué criterio de normalidad va a usar, una vez rechazado explícitamente el concepto de valor adaptativo como criterio biológicamente deseable? ¿Ha de romper entonces la psiquiatría biológica con las leyes de la biología para proporcionar al hombre otro universo y emanciparlo de su servidumbre biológica de mero espécimen?

Está claro que en el futuro inmediato va a haber mucho trabajo para los defensores de la libertad y para los científicos y los filósofos que se interesan por la teleología de la mente. El caso de la esquizofrenia merece un análisis particular. La esquizofrenia es una enfermedad mental determinada por factores genéticos, que se inicia en la edad juvenil y está definida por alteraciones crónicas del pensamiento, de la afectividad, de las motivaciones y de la conducta, que dan lugar a una peculiar integración de la experiencia. Se trata de un trastorno en el desarrollo del cerebro, que dificulta la representación mental de las propias actividades psíquicas -que el esquizofrénico vive como gobernadas por fuerzas ajenas- y que parece asociado a un déficit neuropatológico en el giro parahipoclámpico del lóbulo temporal, y a alteraciones específicas de la neurotransmisión dopaminérgica. Puesto que la esquizofrenia afecta tan globalmente a la vida psíquica, cabe suponer que responde a un trastorno general en el procesamiento nervioso-central de la información simbólica y no únicamente a una disfunción localizada de sistemas neurales subsidiarios. En cualquier caso, se trata de una enfermedad identificable transculturalmente, cuya morfología y evolución se conocen desde la antigüedad.

LA ESQUIZOFRENIA NO ES UN ERROR DE DISCURSO, SINO UNA FORMA PECULIAR DE VIDA PSÍQUICA

Pues bien, la psiquiatría biológica ha estudiado la esquizofrenia desde una perspectiva darwiniana, con la finalidad de aclarar cómo se explica su persistencia genética, a pesar de su efecto negativo sobre las posibilidades de apareamiento y de fecundidad (puesto que aparece en la edad juvenil, deteriora los vínculos afectivos y conduce al aislamiento social). T.J. Crow se pregunta cual puede ser el valor de supervivencia de los genes que predisponen a la psicosis, y defiende la hipótesis de la aparición de una mutación genética responsable de la asimetría de los hemisferios cerebrales, en relación con el desarrollo de la inteligencia, del lenguaje y del reconocimiento social de los congéneres. Esta mutación potenciadora del aumento de tamaño y de especialización de los hemisferios cerebrales, presuntamente relacionada con la aparición de la esquizofrenia, obligó a un enlentecimiento de la maduración fetal del cerebro, posponiéndola a la vida extrauterina, donde los homínidos culminan su último período crítico de desarrollo. Por lo tanto, la esquizofrenia sería una manifestación indeseable del proceso de hominizacíón, y Crow concluye que si su persistencia ha resistido la presión selectiva cabe deducir que sea de alguna utilidad para la especie, aunque a nosotros no nos lo pueda parecer.

Hasta el momento, esta hipótesis está basada únicamente en conjeturas, pero si consiguiese un convincente soporte empírico, resultaría que la esquizofrenia es un precio que la especie humana ha tenido que pagar para alcanzar su grado de desarrollo, y entonces habría que preguntarse qué hay que hacer con los pacientes que la padecen a pesar suyo. ¿Habría que recurrir a la manipulación genética para enmendar la plana a la selección natural y desandar el camino recorrido por la hominización, o bastaría con el aconsejamiento genético? ?Hasta qué punto la psiquiatría podría aceptar como "biológicamente normal" que un individuo sufrague con su enfermedad personal la suerte futura de su especie? Pero el mayor problema de la psiquiatría biológica no es el de la enfermedad mental -que por lo menos responde a anomalías biológicas identificables, al margen de la suerte evolutiva de la especie humana-, sino el estudio y tratamiento de los estados psicopatológicos (ansiedad, depresión) y de las alteraciones en la integración de la experiencia (trastornos adaptativos y de la personalidad). Esta distinción es importante, ya que nos encontramos ante estados psicobiológicos que no están determinados por alteraciones estructurales del soporte nervioso-central (es decir, no dependen de la patología del hardware), sino que resultan del modo específico en que el organismo ha procesado su información biológica para adaptarse a las exigencias del entorno (se trata, por lo tanto, de software fallidos). Naturalmente, esta analogía informática que distingue cartesianamente entre soporte y programa no puede llevarse al extremo cuando se trata de los seres vivos, puesto que la información biológica va modificando todos los sustratos materiales que le sirven de soporte físico, de forma que su comportamiento como estructura nunca es independiente del contenido de los mensajes a los que sirve de vehículo. No obstante, como apenas se sabe nada de las posibles alteraciones estructurales que pueden subyacer a los trastornos de la integración de la experiencia (o sea, a las anomalías en el modo de "ser" y de "vivir" las cosas), bien puede aceptarse provisionalmente que existen trastornos psicopatológicos que dependen en primera instancia de la patología del software que el individuo utiliza para adaptarse al medio.

Para explicarlo con pocas palabras, la adaptación continuada del sujeto a su medio da lugar a una serie de operaciones que pueden resumirse de la siguiente forma: el individuo identifica el entorno a través de los órganos de los sentidos, que al ser estimulados de manera específica, transmiten su información bioeléctrica al cerebro para que la procese en referencia simultánea a códigos diversos (bioeléctrico, molecular y simbólico). Dicha información bioeléctrica da lugar a respuestas iniciales de habituación o condicionamiento a los estímulos (como ocurre en todos los sistemas nerviosos), es transferida al hipocampo y reconvertida en información simbólica como resultado de su contrastación con la información que esta estructura almacena sobre las experiencias adaptativas previas, y finalmente es procesada por los lóbulos frontales, que operan con información bioeléctrica y simbólica y deciden la pauta de información molecular que pondrá en marcha el hipotálamo. El resultado final de este complejo proceso de evaluación y de descifrado depende de los significados que cada información posea para cada individuo en concreto, de manera que los procesos adaptativos pueden ser definidos como operaciones idiosincrásicas de difícil estudio nomotético (de búsqueda de leyes).

EL COMPORTAMIENTO DISIDENTE ES A LA CONDUCTA LO QUE LA MUTACIÓN ES A LA GENÉTICA

Y si no hay leyes biológicas, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo aconsejar o tratar a un paciente concreto que nos invoca desde su circunstancia para que le enseñemos a disfrutar de su propia vida con más salud mental? ¿Cuál sería el modelo de salud mental que la psiquiatría biológica tendría que utilizar como referencia? Históricamente, la medicina ha tendido a rehuir el dilema que supone definir la normalidad biológica de un modo genérico y se ha centrado en la identificación de la patología para razonar en negativo y por exclusión (si no hay pruebas de que alguien está enfermo, entonces es que está sano), y eso es lo que ha venido haciendo la investigación psicobiológica en el transcurso de las tres últimas décadas. La investigación psicobiológica se ha basado preferentemente en la aparición de los estados de conciencia y en la teoría cognitiva de la emoción, que sostiene que la experiencia emocional está determinada por tres vectores inseparables: la activación biológica (dimensión cuantitativa), la atribución de significados (cogniciones) y la conducta, de tal forma que la modificación de cada uno de estos elementos redunda en la modificación de los otros dos y de la experiencia emocional en su conjunto. Por otra parte, el estudio evolutivo de la epigénesis de las cogniciones las define como contenidos mentales de naturaleza preconsciente o irracional (derivada del procesamiento córtico-límbico de la información biológica), y las considera epigenéticamente heterogéneas con el raciocinio y con el pensamiento, aunque en ocasiones lo fundamenten. A partir de todo ello y del estudio de los estilos cognitivos de los pacientes afectados de estados psicopatológicos, la investigación PSICOBIOLÓGICA ha podido establecer que los sujetos con trastornos de personalidad y con problemas adaptativos tienden a hacer atribuciones equivocadas sobre el entorno y sobre sí mismos, acostumbran a utilizar esquemas irracionales o arbitrarios sobre el universo, y aprenden muy poco de su conducta y de su experiencia. Por lo tanto, la psiquiatría biológica tendría que cambiar estos "automatismos psicológicos" que propician la lectura equivocada de la realidad e impiden que el sujeto se instale en ella saludablemente.

TÉRMINOS COMO "ADAPTACIÓN" Y "SALUD MENTAL" PUEDEN NO SER EQUIVALENTES.

Y eso, ¿cómo puede hacerse? En ocasiones, recurriendo al tratamiento psicofarmacológico, que modifica el estado emocional del sujeto y, por lo tanto, cambia la naturaleza de sus cogniciones, y otras veces con tratamientos psicológicos (o psicoterapéuticos), que modifican las cogniciones del sujeto y cambian su estado emocional. No falta prevenciones contra los tratamientos psicofarmacológicos, incluso entre los propios médicos, y ello es debido a la aprensión que despierta su posible utilización como instrumentos suplantadores de la experiencia y como inductores potenciales de alienación biológica y social (ya que consiguen cambiar el estado interno del sujeto, al margen de cómo éste interactúe con su medio ecológico). En consecuencia, la utilización de los psicofármacos debe estar subordinada a un objetivo terapéutico promotor de adaptación y no ha de limitarse a servir de analgésico o de paliativo de las adaptaciones fracasadas. Desde luego, las consideraciones éticas del empleo de psicofármacos no terminan aquí, y en ocasiones plantean al psiquiatra un importante problema ontológico, ya que a veces puede resultarle difícil determinar si su paciente verdadero es el individuo que se siente equilibrado cuando toma psicofármacos o el que se siente perseguido y angustiado cuando los deja. Por último, aunque las técnicas de intervención psicológica estén fundamentadas en el estudio biológico de la génesis de la mente y en la psicobiología de la adaptación, no están libres de cuestionamiento filosófico y moral, ya que cada vez existen más datos en favor de que el cerebro establece representaciones subjetivas del entorno y opera conforme a esquemas derivados de su modo idiosincrásico de procesar información.

Por lo tanto, el cerebro es tan subjetivo como la gente y puede equivocarse tanto como ella, y en ese principio se basan las terapias cognitivo-conductuales que pretenden modificar las cogniciones insalubres y los esquemas mentales promotores de desadaptación. No está nada claro qué otros tipos de esquemas de recambio pueden ofrecerse al sujeto y a su cerebro, pero los terapeutas cognitivos no parecen agobiados por este problema y sostienen que, en el fondo, da lo mismo, puesto que lo que importa es que el esquema alternativo sea operativo y eficiente para cambiar las cogniciones. Aunque un punto de vista de esta clase seria sostenible cuando se trata de representar mentalmente el dolor para su manejo como emoción (por ejemplo, representándolo como un globo de goma hinchable y deshinchable), no es de recibo cuando se trata de dilucidar qué esquema del universo y de la existencia hay que transmitir a los pacientes desadaptados. Las terapias psicológicas no son ideológicamente neutras, aunque se basen en los conocimientos psicobiológicos Y estén sistematizadas con rigor, y sus objetivos no se derivan de un modelo de salud mental inferido de las leyes biológicas que gobiernan el funcionamiento de los organismos.

Así pues, aunque se sientan a cubierto bajo la legitimidad del método científico y muchas de sus hipótesis se vayan corroborando en la clínica y en el laboratorio, los psiquiatras biológicos no tienen resuelto el problema de la normalidad biológica y se ven obligados a operar con juicios de valor, como lo han venido haciendo los psiquiatras de otras épocas y de otras orientaciones teóricas. Tampoco hay que escandalizarse por ello, ni suponer que el recurso a la ética equivale a la apostasía del conocimiento objetivo y racional. Después de todo, no hay que perder de vista que la única salvación del hombre esta en la cultura, y que la naturaleza sigue su curso implacable desde el big bang, sin aparente interés ni preferencia por algún ser vivo en concreto.

M. V. M.

Para más información:

+ M. Valdés y T. de Flores. Psicobiología del estrés Conceptos y estrategias de investigación actualizada. Ed. Martínez Roca. Barcelona, 1990

+ N. Ursua, Cerebro y conocimiento un enfoque Evolucionista, Anthropos, Barcelona, 1993.

+ J.Mendlewicz, Manual de Psiquiatría Biológica, Masson, Barcelona, 1987

martes, 13 de enero de 2009

Niños salvajes, el enigma de la crianza



Documental que describe el caso de Genie, la niña que provocó un debate durante los años 70 en psicología, ¿qué influye más en nuestro desarrollo, la herencia o el medio?

jueves, 1 de enero de 2009

Recomendación de libro: ¿Qué nos hace humanos? de MATT RIDLEY


"Realmente, la naturaleza humana es una mezcla de los principios generales de Darwin, la herencia de Galton, los instintos de James, los genes de De Vries, los reflejos de Pavlov, las asociaciones de Watson, la historia de Kraepelin, la experiencia formativa de Freud, la cultura de Boas, la división del trabajo de Durkheim, el desarrollo de Piaget y la creación de lazos afectivos de Lorenz. Todas estas cosas se pueden encontrar en la mente humana. Ninguna descripción de la naturaleza humana sería completa sin todas ellas.

No voy a afirmar que éstos fueran necesariamente los máximos estudiosos de la naturaleza humana, o que todos fueran igualmente brillantes. Existen muchos, tanto muertos como aún por nacer, que merecerían figurar en la fotografía. David Hume, Emmanuel Kant, George Williams, William Hamilton y Noam Chomsky. También Jane Goodall, que descubrió la individualidad en los simios. Y tal vez también algunos de los novelistas y dramaturgos más perceptivos. (NdA: Esopo, La comedia del arte, Shakespeare, George Orwell, Philip K. Dick)

Voy a afirmar algo bastante sorprendente acerca de estos hombres. Tenían razón. No siempre, ni siquiera completamente, y no me refiero a que tuvieran razón desde el punto de vista moral. Casi todos se excedieron al proclamar sus propias ideas y criticarse unos a otros. Uno o dos de ellos alumbran, deliberada o fortuitamente, perversiones grotescas de política «científica» que perturbarán su reputación para siempre. Pero tenían razón en el sentido de que todos ellos aportaron una idea original con un germen de verdad en ella; cada uno colocó un ladrillo en el muro.

Pero —y aquí es donde empiezo a pisar terreno nuevo— es totalmente engañoso situar estos fenómenos en un espectro que abarque desde la naturaleza al entorno, desde lo genético a lo ambiental. En cambio, para comprender todos y cada uno de ellos, es necesario entender los genes. Los genes son los que permiten que la mente aprenda, recuerde, imite, cree lazos afectivos, absorba cultura y exprese instintos. Los genes no son maestros de títeres ni planes de acción. Ni tampoco son solamente los portadores de la herencia. Su actividad dura toda la vida; se activan y desactivan mutuamente; responden al ambiente. Puede que dirijan la construcción del cuerpo y el cerebro en el útero, pero luego se ponen a desmantelar y reconstruir lo que han hecho casi inmediatamente —en respuesta a la experiencia—. Son causa y consecuencia de nuestras acciones. En cierto modo los partidarios del «entorno» se han asustado absurdamente a la vista del poder y la inevitabilidad de los genes y se les ha escapado la mayor lección de todas: los genes están de su parte.

UNA PARADOJA ESTIMULANTE COMO CONCLUSIÓN

Matt Ridley no se limita a repasar los últimos avances e investigaciones que enriquecen el debate acerca del peso de la herencia y el entorno en los seres humanos. También propone hipótesis nuevas; alguna, en forma de estimulante paradoja. Durante siglos, comenta, los científicos han apostado por el optimismo de mejorar el ambiente, el entorno, para escapar de la dictadura de la herencia, dando por hecho que el ambiente es reversible, pero la herencia no. Imaginemos, añade, un planeta en el que ocurra lo contrario, que unas criaturas inteligentes no puedan hacer nada con respecto al ambiente, pero cuyos genes respondan con gran sensibilidad al mundo en que viven. Bien, concluye Ridley, ése es exactamente nuestro caso.
Un concepto básico a este respecto es el de impronta, concepto elaborado por Konrad Lorenz. La impronta es la fijación por ciertas figuras (especialmente, maternas o que hacen el papel de tales) que muchos seres adquieren en los primeros días de vida. La impronta parece ser instintiva, pues se muestra en un momento en el que no hay, prácticamente, experiencias. Sin embargo, siempre requiere algo externo en lo que fijarse. Es decir, la capacidad de absorber imágenes es innata, pero las imágenes adquiridas (por ejemplo, la madre a la que una cría de oca seguirá obsesivamente, o los múltiples patrones de comportamiento que puede adoptar un niño) no lo son.
El concepto de impronta, explica Ridley, ha pasado la prueba del tiempo; “es un elemento crucial para el rompecabezas que yo llamo la herencia a través del ambiente, y es el matrimonio perfecto de los dos”. La impronta se ve bastante bien en el caso del lenguaje. El lenguaje no se desarrolla simplemente siguiendo un programa genético, ni se absorbe del mundo exterior; requiere una impronta, una capacidad innata para aprender mediante la experiencia. Sin ella, “o todos hubiéramos nacido con un lenguaje fijo e inflexible que no se hubiera modificado desde la Edad de Piedra, o estaríamos sufriendo por volver a aprender cada construcción gramatical”.
Ciertos experimentos han demostrado la inextricable relación que existe entre instinto y aprendizaje. De hecho, en el aprendizaje trabajan los instintos (o más rotundamente, el aprendizaje es un instinto), y en el instinto hay algo de aprendizaje, como muestra la impronta. El miedo a las serpientes, tan arraigado en los seres humanos, tiene mucho de instintivo, pero puede ser evitado si en la infancia uno se familiariza con las serpientes. Sin embargo, ese miedo arraiga mucho mejor y de modo más duradero en personas (o monos) a las que se les enseña ese miedo, y no otros miedos absurdos, como pueda ser el temor a las flores o a las figuras geométricas. ¿Instintivo o adquirido? “La mente humana aprende lo que se le da bien aprender”, dice Ridley, aquello para lo que está dotada o programada.

¿QUIÉN TEME A LOS GENES? (CONCLUSIONES)

Sin duda, uno de los principales protagonistas de esta historia sobre aquello que nos hace humanos (y, en buena parte, sobre la libertad) son los genes. “Cuando se descubrieron - dice Matt Ridley- se encontraron con un sitio esperándoles en la mesa de la filosofía. [...] Eran el destino y la predestinación, los enemigos de la elección. Limitaban la libertad del hombre. Eran los dioses. No es de extrañar que tanta gente estuviera en su contra”. Recorriendo las teorías de gente como Darwin, Freud, Durkheim, Pavlov, Piaget o Konrad Lorenz, analizando los trabajos de Chomsky y
recordando los errores de Margaret Mead, y a la luz de investigaciones recientes llevadas a cabo por científicos poco conocidos por el gran público, Matt Ridley demuestra que no hay motivo para temer a los genes. Y resume su trabajo en unas moralejas. La principal es que los genes no impiden nada, sino que posibilitan;
y las posibilidades que nos dan los genes están abiertas a la experiencia. También sigue siendo importante ser buenos padres. Que la personalidad es fruto de un aptitud innata reforzada por la práctica (sólo la práctica nos hace jugar bien al tenis o tocar el violín, pero es la aptitud la que hace que nos apetezca practicar durante horas). Que cuanto más igualitaria es una sociedad más peso tienen en ella los factores innatos (por la razón obvia de que los factores ambientales tienden a igualarse). Que ni los genes ni los instintos son infalibles. Que las políticas sociales tienen que tener en cuenta las diferencias.
Y, en fin, que el libre albedrío existe y es compatible con un cerebro predefinido y dirigido por los genes.”

Extractos del Prólogo del libro “Qué nos hace humanos”, (Nature Via Nurture: Genes, Experience, and What Makes us Human) de Matt Ridley.

...Y ¡FELIZ 2009!