viernes, 31 de octubre de 2008

Entrevista a Francisco Varela, neurobiologo y pensador de la complejidad

Este video es una entrevista al recientemente fallecido investigador Francisco Varela, PhD. en Biología en Harvard y Director de Investigación del CNRS (Instituto Nacional para la Investigación Científica) en el Laboratorio de Neurociencias Cognitivas e Imágenes Cerebrales (LENA), ubicado en el Hospital de la Universidad Salpêtrière de París, donde encabezó el Grupo de Neurodinámica.

La entrevista trata una serie de aspectos acerca de cómo el ser humano se relaciona con la realidad mediante el funcionamiento del cerebro, sistema que está presente en todas las extensiones del cuerpo. A través de un lenguaje coloquial y concreto, el fallecido profesor Varela indaga en los procesos del funcionamiento del cerebro y cómo estos se relacionan con el contexto temporal y espacial.

Con el cuestionamiento de la teoría científica reduccionista, abre nuevas posibilidades para entender la relación entre humano y ser vivo tras fundir los conceptos "mente" y "cuerpo" como un todo relacionado e indivisible. Lo anterior lo fundamenta con la Teoría de los pasajes de lo local y global, donde a partir de distintos estímulos a la gran red neuronal del cerebro, se recrean los procedimientos de la percepción y de las capacidades cognitivas.



Artículo interesante: "Francisco Varela y las ciencias cognitivas"

martes, 28 de octubre de 2008

La mente del psicópata (entrevista a Robert Hare y a Vicente Garrido)

El sujeto social y como lo descubrí


Es notable como los conceptos recortan la realidad. Desde que inicié mi contacto con pacientes afectos de supuestas “enfermedades mentales” no pude evitar un malestar a la hora de asumir lo que se me enseñaba sobre ellos. Proveniente de una formación médica, ya me sentía incómodo con esos constructos abstractos que estudiábamos como enfermedades orgánicas. Diabetes, gonorrea, artrosis,…No me podía quitar la sensación de que constantemente se mezclaban niveles lógicos (es decir, se daba categoría de enfermedad a síntomas, de síndromes a efectos naturales de la edad, de patologías a conductas…). Una mezcla ingente y desordenada de modos de categorizar el sufrimiento humano a la vez que se repetía machaconamente a lo largo de toda la carrera de medicina…”pero no olvidéis que cada ser humano es único en la expresión de su dolor, existen enfermos, no enfermedades”. Sin clarificar para nada qué diantres teníamos que hacer con esta afirmación tan socorrida y repetida.

Pero bueno, al menos tenía un esquema. Una supuesta causa (o etiología), un desarrollo (patogenia), una presentación (cuadro clínico), un tratamiento (casi siempre uno o varios fármacos) y una posible evolución (o pronóstico). ¡Viva! Al fin un esquema, un árbol de decisión, algo fijo y objetivo a lo que agarrarme en aquellas primeras y angustiosas guardias hospitalarias. Pronto me di cuenta de que aquellos cuadros tenían mucho más valor como objetos para conjurar mi angustia que como descriptores reales de lo que venía a la consulta.

La cosa se complicó muchísimo más cuando comencé mi especialidad en psiquiatría y conocí el concepto “trastorno”. Esta si que es buena, pero ¿qué es un trastorno? Como todavía no conocía las pretensiones a-teóricas del DSM y CIE, pues lo leí en términos médicos: un trastorno es un síndrome, un conjunto de síntomas que suelen presentarse agrupados pero sin causa conocida. Una vez más la ignorancia venía en mi auxilio, tranquilizando mi inquieto espíritu. Ya que no sabemos la causa, pues todos tranquilos, nos limitamos a hacer lo que podamos, en términos médicos significa que aplicamos “medidas de soporte” y paliamos el sufrimiento hasta donde se pueda. Para esto tenemos esas magnificas drogas que constantemente mejoran los laboratorios farmacéuticos. El “soma” de Huxley casi está a nuestro alcance. Drogas potentes, rápidas y cada vez más inocuas que diluyen el malestar muchas veces propio del devenir humano.

Bueno, pues en esta situación me encontraba. Tratando “enfermedades” con medicinas, como buen galeno, cuando las propias experiencias de la consulta diaria con los pacientes y los estudios de psicoterapias variadas (desde diferentes enfoques) me llevó a notar que muchas veces los llamados “síntomas” tenían un sentido. Increíble, cada vez con más claridad, a poco que escuchaba lo que los pacientes me iban contando, sus historias y su situación (sobre todo con respecto a sus seres más queridos), se me revelaban funciones implícitas de las conductas y el sentido de ciertos comportamientos y sentimientos iba surgiendo en el contexto de las entrevistas.

Así se fueron diluyendo frente a mi visión las enfermedades, a la vez que cada vez trataba más y más de las historias y las situaciones vitales de mis pacientes. Curiosamente, por encima de las descripciones y lecturas de lo que pasaba en las familias, con los padres o parejas de los pacientes, no podía obviar las emociones que se manejaban. Y lo más increíble, anatema para todo un científico como se suponía que yo debía ser, me daba cuenta de cómo me afectaban personalmente esas emociones o las reacciones que el paciente traía a la consulta. Su forma de relacionarse, de comunicarse, me alteraba y ponía en entredicho mi supuesta objetividad científica. Un desastre, vamos.

Bueno. Mi única salida era aceptar mis vivencias y seguir estudiando. Así fue como las cosas comenzaron a tomar sentido. Claro. Pero sentido individual, en cada caso, subjetivo, único. La verdad es que es un giro copernicano, aceptar lo incontestable de la vivencia subjetiva, de la propia y de la ajena. Y trabajar en la consulta junto con tu paciente sin garantías ni terreno estable bajo los pies. Ayudar a co-crear soluciones donde no las había. Participar en una relación genuina con otro ser humano. Aceptar un compromiso ético con mi paciente ¡Vaya manera de complicarse las cosas!

Ante este mareo sirvieron de mucho los pasos de otros que nos antecedieron en afrontar estos asuntos. Impresionante la valentía intelectual de Freud en su compromiso con lo que encontraba en su consulta y cómo lo reflejó en sus escritos. Reveladoras las experiencias de Winnicott con los niños, y su compromiso con los casos que aceptaba. Inspiradores los escritos de Bateson y Fco Varela sobre las ciencias de la vida. Frieda Fromm-Reichmann, Watzlawick, H. S. Sullivan, Lacan, Mitchell…

Así fui descubriendo una subjetividad humana que se construía en un mundo de relaciones y decisiones. Cómo lo intersubjetivo va interiorizándose y conformando lo más íntimo de los que somos. Y cómo esto abre la puerta de la intervención a nivel relacional y vivencial sobre el mundo emocional propio y ajeno.

¿Cómo actuar entonces? ¿Cual es el camino en cada situación? En este trabajo me encuentro actualmente, con ayuda de mis pacientes que me explican con bastante paciencia lo que les va sirviendo y lo que no. Por ahora la intuición es que sabiendo que no encontraré “manual de instrucciones” para cada paciente , ni nada escrito en piedra, tampoco vale “cualquier cosa”, ni mucho menos.

lunes, 27 de octubre de 2008

¿Es la psiquiatría una ciencia? Capítulo 2: Entre objetos y sujetos




En principio considero esencial abordar las premisas epistemológicas que manejamos, para no vernos encerrados sin sospecharlo en estrechos marcos conceptuales, emocionalmente seguros pero rígidos, más que nocivos si no dan respuesta práctica a los problemas que abordamos, en este caso el alivio del sufrimiento como se presenta en la subjetividad. Para esto me remitiré a la consideración de observador y el hecho observado como un todo interrelacionado donde se influyen lo uno en lo otro sin posibilidad de separación. Tal visión rompe con el paradigma cartesiano que sacraliza la objetividad. Esta simplemente sólo sirve como petrificación en el tiempo y en el espacio del mundo en que habita cada uno de nosotros (como puede ocurrir con un diagnóstico clínico si no lo consideramos como una simple estimación puntual dentro de un proceso complejo). Esta visión, que arranca de la concepción platónica de un mundo de las ideas separado de un mundo de apariencias, se torna empobrecedora a la hora de considerar la totalidad del sujeto.

En la lógica del gestor, del control social, sistemáticamente se tiende a obviar las dimensiones no cuantitativas, sacralizando números y porcentajes que lamentablemente a veces son los únicos que se tiene en cuenta para decisiones de gobierno que se concretan en nuestras consultas. Muchas veces trae cuenta “cristalizar” al semejante para después poder tratarlo como pura mercancía, siguiendo la lógica del mercado. Y no debemos pensar que esta estrategia se aplica sólo en el ámbito de la gestión, también en las relaciones que establecemos todo los días. El ambiente de deshumanización y anonimato favorece esto, pues a un número, una mercancía, un objeto en suma, se le puede tratar sin piedad ni consideración, sin sospechar siquiera que tratamos con un semejante. Cuando convertimos una subjetividad en un objeto entramos en la lógica de transformarlo en un algo pasivo, que no emite, solo recibe. Como objeto pasivo podemos hacer con él lo que queramos, sin riesgo a ser atacados o cuestionados. Además habría que señalar que cuando objetivizamos un sujeto, lo convertimos en un “algo” que encaje en nuestra manera de ver el mundo (por ejemplo, las historias clínicas dirigidas, tras un somero examen hacia un diagnóstico incuestionable, donde recolectamos una tras otras, “pruebas” de nuestro buen juicio inicial). Los “objetos encajados en un marco” se esperan predecibles, deben seguir reglas “lógicas”, no deben sorprender, obedecerán lo que se les dice…Todo con tal de que no aumente nuestra ansiedad como profesionales y como seres humanos frente a lo imprevisto y creativo.

¿De donde viene el ansia por objetivizar la subjetividad? A menudo mantenemos discusiones con pacientes que plantean, por ejemplo: “quiero saber si amo a mi pareja”, como si alguien desde fuera se lo pudiera decir. ¿La necesidad de objetividad de la ciencia contagia a la sociedad? Nuestra opinión es que ciencia y sociedad conviven en una interrelación donde ni una ni otra se da separada. La ciencia es un producto social que trata de crear reglas y formas lógicas, para convertir lo inexplicable en explicable, para alejar lo aleatorio e irracional en nosotros mismos (por ejemplo, asesinato = ¿enfermedad mental?). En este sentido cumple un papel muy similar al de los antiguos mitos que hoy nos provocaría risa que alguien tomara en sentido literal. Creemos, con Kühn, que la sociedad va cambiando el paradigma científico-filosófico donde nos movemos al no dar éste respuesta ya a los nuevos problemas. Así se revalida la paradoja; en la solución está el problema. La ciencia plantea respuestas, pero las respuestas generan nuevos problemas cada vez más complejos. (Esto es jocosamente señalado en algunos comics: “Si aparece un superheroe, pronto vendrán los supervillanos”).

En los límites del saber se aprecia esto con más claridad, a veces debes cambiar el abordaje entero del problema para hacerlo soluble. Hay también mutaciones, creo, en el mundo de las ideas, así vemos como un genio introduce un concepto adelantado a su tiempo que sólo cuajará cuando la sociedad esté madura para ello.

Nuestros mundos particulares son subjetivos (se experimentan desde nuestra perspectiva) e intencionales, en ellos nos movemos y experimentamos nuestro devenir. Durante este devenir transformamos el azar en historia. El observador introduce orden en los acontecimientos, desde su perspectiva (en el sentido de Ortega y Gasset). Mi explicación del mundo lo hace entendible para mí, y por ende, predecible. Ante algo predecible puedes tratar de hacer algo para evitarlo. De esta forma, desesperadamente intentamos salir de padecer la realidad a tomar una posición activa, no sólo ya existente en nuestra psique, sino que este mecanismo termina siendo un factor transformador y creativo. De nuevo estamos en una paradoja, el mundo nos acontece, pero para mantener la ilusión de que no es así terminamos adquiriendo la capacidad de afectarlo y transformarlo.

¿Es la psiquiatría una ciencia? Capítulo 1: El conocimiento científico y sus límites




¿Es la psiquiatría una ciencia?, y si lo es, ¿Cuál es su método, su campo, cuales sus supuestos básicos? Ciencia es por un lado, el proceso mediante el cual se adquiere conocimiento, y por el otro, el cuerpo organizado de conocimiento obtenido a través de este proceso. Una ciencia se define acordando su objeto de estudio y el método que es propio para este estudio. A pesar de la impresión popular, no es la finalidad de la ciencia responder a todas las preguntas, sólo a aquellas que pertenecen a la realidad física (experiencia empírica medible y reproductible). La ciencia no produce y no puede producir verdad incuestionable. En cambio, testea constantemente las hipótesis sobre algún aspecto del mundo físico, y las revisa o reemplaza cuando es evidente a la luz de nuevas observaciones o datos.

Desde hace décadas vemos como las llamadas ciencias naturales se vieron inmersas en el éxito del “método científico” como garante de avance tecnológico, cuyo valor no está en la veracidad de sus postulados o teorías, sino en su utilidad. Los filósofos llevaban tiempo buscando un artilugio intelectual similar que garantizara la adecuación de sus ideas sobre el mundo a la realidad, presumiendo su existencia como algo ajeno e independiente. Un garante de rigor en el pensamiento humano, en lo que concierne a aquellos fenómenos que no pueden someterse a experimentación en el sentido que le damos en un laboratorio. Las esperanzas desde un primer momento se pusieron en las matemáticas, el más práctico código simbólico para codificar la realidad y así abstraer sus leyes y marcos de referencia en los diferentes aspectos esta. Hasta el punto que son muchos los físicos teóricos que se preguntan la aparentemente fidelidad de la llamada “realidad física” a ser representada mediante fórmulas y números. Durante siglos los lógicos buscaron la garantía formal para producir argumentos que preservaran la verdad. Tuvieron que esperar a la aparición de Gödel, a principios del siglo XX, que demostró con su “teorema de la incompletud”, que las matemáticas eran esencialmente limitadas: ningún repertorio de axiomas simple y riguroso es capaz de dar cuenta de toda la realidad. En definitiva, descubrió que existían afirmaciones verdaderas que no podían ser probadas dentro del sistema. Esto es, sólo puede probarse matemáticamente desde dentro de un sistema que un cálculo es falso, pero no abarcar todo lo que es verdadero (coincidiendo con la “falsación” de Popper), de aquí el valor de nuestros razonamientos lógicos para descartar posibilidades, pero también su insuficiencia para crear hipótesis. En esto se ven implicados otros mecanismos de naturaleza parece que más oscura, como declaran uno tras otros grandes inventores y pensadores de la historia tocados por el fenómeno bautizado en el mundo anglosajón como “serendipia”. Este es un punto clave que debe comprender a cualquier científico: que se ocupa de desarrollar “descripciones” y “modelos” limitados y aproximados de los fenómenos naturales, los conceptos y modelos científicos sólo son aproximaciones, son metáforas del funcionamiento del mundo. Metáforas que no se valoran según el registro de la verdad, sino de la utilidad. Esto lo sufrieron en sus carnes los físicos a lo largo del siglo pasado, viendo como la física clásica de Newton, que tanto había contribuido al desarrollo de la tecnología, se derrumbaba hasta sus cimientos como “verdad” científica. Pronto quedó claro que el comportamiento físico clásico sólo emerge como una aproximación al comportamiento que la física cuántica comienza a vislumbrar, bajo los principios de la teoría de la relatividad y la teoría de la incertidumbre de Heisenberg. Las teorías científicas que funcionan y tienen valor como predictoras de los fenómenos deben ser consideradas en sus límites y su valor aproximativo y explicativo en un nivel concreto de aplicación. Sólo se aproximan, y esto es todo lo que pueden hacer, representan el modelo de una faceta concreta de una realidad que se nos muestra hiper-compleja. Así la ciencia no hace afirmaciones sobre como la naturaleza "es", sólo puede inducir conclusiones acerca de nuestras observaciones de la naturaleza y formular modelos más o menos predictivos. Tampoco es una fuente de juicios de valor subjetivos, a pesar de que sí puede hablar de cuestiones de ética y política pública indicando las consecuencias de acciones, ilustrando la ética pero no sustituyéndola. De todos modos, la ciencia no nos puede decir cuál de un abanico de consecuencias es la "mejor" o si un fin es legítimo.

Estas reflexiones son fundamentales para huir de la dictadura del “cientifismo”, que extrae elementos de la ciencia separándolos del contexto donde se producen y de los fines perseguidos. De esta forma los usuarios de la ciencia reduccionista, como en la novela “Fundación” de Asimov, conjuran los efectos beneficiosos de tal o cual técnica sin comprender su funcionamiento, los principios en que se basa o el precio a pagar por su abuso. Así la ciencia se torna en misticismo, incluso en religión que dicta nuestras leyes y posibilidades sin ningún poder superior que la limite. El imperio de la razón, limitada como hemos visto, no encuentra poder que se le oponga ahora que Dios ha muerto (y lo hemos dejado en manos de fanáticos).

Ahora que podemos delimitar un poco más lo que es una ciencia, podemos intentar seguir pensando si ese cuerpo de conocimiento que llamamos psiquiatría encaja bajo este título, o si lo hacen sólo algunos de sus objetos a investigar o algunas de las formas de enfocar la realidad de las “enfermedades mentales”.

domingo, 26 de octubre de 2008

Historia crítica de la psiquiatría en el siglo XX

Neurólogos del siglo XIX

¿¿Podría darse esta situación en una sala de neurología del siglo XXI??

Nuestro cerebro nos engaña