sábado, 27 de diciembre de 2008

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Olvidar la historia es estar condenado a repetirla - Dos recomendaciones cinematográficas


A veces las cosas van enganchando de manera inconsciente y de pronto parece que todo encaja como un puzzle sideral.

Todo comenzó hace dos semanas. Tres acontecimientos desconectados. Uno, una conversación con una paciente sobre su experiencia en el antiguo manicomio de Málaga. El otro una película alemana, "La Ola" y el último "El Intercambio", otra película, esta vez de Clint Eastwood.

En la conversación esta mujer me hablaba sobre la arbitrariedad que reinaba en el hospital psiquiatrico, como uno entraba sin saber muy bien por qué, le ponían un pijama, y no sabía ni lo que tenía que hacer para salir, rodeado de personas desconocidas y extrañas, sin encontrar un mínimo sentido. Me contó como les daban electroshock, sin anestesia, como sentía la corriente, como perdía el sentido. Francamente espeluznante. Una experiencia que no quisiera para mí ni para nadie que yo conozca.

En mi secuencia de pensamientos llegué a la conclusión, de menos mal que esto ha avanzado algo, con sus problemas y dificultades, pero que una estructura de ese corte en nuestros días ya no se puede repetir.

Entonces me fui a ver "La Ola" (advertencia spoilers). En esta película un estudiante aleman le plantea a su profesor que el nazismo no puede volver en nuestra época, que Alemania habia aprendido la lección. El profesor, como respuesta, desarrolla en cinco días todo un régimen fascista en su clase, de forma subrepticia y sobretodo apoyado "inconscientemente" por su propio alumnado.

Días más tarde, fui a ver "El Intercambio". En esta película una madre que desafia a la policia porque le dan un niño que no es el suyo, acaba en el manicomio, donde aparecen reflejadas todas las experiencias que me contó mi paciente.

Nuevamente volví a escuchar "eso no puede pasar hoy". Y lo uní a "La Ola". En "El intercambio" la paciente es ingresada en función de una orden policial en base a un riesgo para un menor "paciente de unos 30 años que tras un episodio traumático dice que su hijo no es su hijo". ¿Quien hoy día no la ingresaría con esos datos?

La delgada línea que separa la libertad individual de la seguridad propia y de los demás es cada día más delgada. Cada vez hay más pacientes en las cárceles por delitos, cada vez hay más órdenes de alejamiento y pacientes sin sitio a donde ir. En esta sociedad donde todo se hace a impulsos, bastarían dos o tres crímenes realizados por personas con un supuesto trastorno mental con la suficiente repercusión mediática para que se volvieran a levantar las paredes de esos "centros de internamiento/tratamiento" sin límite de tiempo.

El miedo al otro diferente es una herramienta poderosa, utilizada desde la antiguedad para justificar cualquier poder absoluto. Cedemos nuestra libertad a un gestor de seguridad para sentirnos protegidos. Mientras no nos toque a nosotros estar encerrados.

martes, 23 de diciembre de 2008

Definición de MENTOR: "Si no es por mi amigo Manolo...




...hoy no aparezco por aquí, tomando un café me dijo vete para allá que te va a venir bien, yo me siento en blanco, siento que estoy empezando de cero, me viene bien un amigo porque los dejé a todos en el camino, pero claro después de todo soy yo el que tiene que moverse"

“NO TENGO MIEDO PORQUE TENGO UN COMPAÑERO” Experiencias de un taller de cine


Pretendemos aquí hacerles partícipes de una experiencia.
Tiene múltiples dimensiones en las que me iré centrando, con el fin de comunicar algo de lo que un grupo de personas trabajando durante meses logramos construir.

Dentro de la labor que como trabajadores de eso conocido como “salud mental” desempeñamos cotidianamente, nos vemos inmersos cada día en las vidas de nuestros pacientes en sus facetas más dolorosas e impotentes. Se nos presentan muchas veces sobrepasados por situaciones que han ido fraguándose durante años y ante las que ya se sienten incapaces. De aquí que nos centremos en las consultas en abordar los problemas que les urgen, en contener la desesperación, en ayudar a solucionar lo improrrogable, en “apagar fuegos”,etc, en vidas que hace tiempo que se sienten arrastradas por la desgracia, la enfermedad o las diferentes limitaciones. Esta no es un nuevo problema en la historia de la rama del conocimiento conocida como psiquiatría, que tuvo una fundación heterogénea y compleja. Por un lado E. Kraepelin y una legión de alienistas pretendían taxonomizar conductas, pensamientos y sentimientos agrupándolos en síndromes que responderían por lógica causa-efecto a una etiología por descubrir. Por otro lado S. Freud comienza a principios de siglo el intento de comprender y dar sentido a los fenómenos psíquicos. Son dos miradas sobre los mismos fenómenos que abren desiguales posibilidades.

Muchas veces esto nos hace olvidar que estas personas son eso, pacientes, pero también hijos, padres, amigos, vecinos, amantes, etc, con existencias complejas, ricas, con mil cosas que enseñarnos y compartir. Esto puede parecer obvio, pero no es tan fácil de sentir de verdad y con todas sus consecuencias a menos que compartamos vivencias con estas personas al margen de medicamentos o consultas. Creo que en percibir esto se encuentra gran parte de la satisfacción y crecimiento personal que puede reportar la actividad como profesional en este campo, donde si sólo vez un “diagnostico en movimiento” te pierdes el disfrutar de gente como José David, Mario, doña Antonia, Juani, Miguel,…

Nosotros tuvimos una oportunidad más de vivir esto a partir de la iniciativa de montar un taller de cine junto con nuestros pacientes. El perfil de pacientes que se decidió que comenzara el taller consistía en una mayoría de personas diagnosticadas en algún momento de sus vidas de psicosis, sobretodo esquizofrenia y depresión con síntomas psicóticos. Estos pacientes ya llevaban tiempo acudiendo a otras actividades del taller, y por lo demás, en casi todas sus otras facetas, eran muy heterogéneos, tanto en edades, situaciones personales o procedencias. Pensamos que esto enriqueció el funcionamiento posterior del grupo y contribuyó a dinamizar las relaciones entre nosotros por medio del juego entre semejanzas y diferencias. Esto ha sido motivo de polémica durante años entre los profesionales en grupos terapéuticos. En nuestra opinión la homogeneidad desde el punto de vista diagnóstico contribuye más al desarrollo de identidad como enfermo que a potenciar los aspectos sanos y funcionales de la persona.

El grupo de profesionales, los que podemos denominar como “terapeutas”, consistía en trabajadores de “salud mental” (psiquiatras, enfermero, trabajadora social, MIRes), y de organizaciones que en nuestro medio trabajan para la integración social de estos pacientes (una psicóloga de AFENES y un monitor de FAISEM). El curso de cine, propiamente dicho lo impartió un voluntario cuya profesión es ser productor de cine. Entre los profesionales que acudimos cada semana nos une además de lazos laborales y afectivos, un alto grado de coincidencia en entender la enfermedad mental como una condición de la vida de las personas que tiene mucho que ver con las circunstancias vitales de estas, no sólo en la expresión de sus dificultades, sino en su génesis. De ahí que consideremos crucial el trabajo en comunidad, mejorando los vínculos y creando otros nuevos como un factor de curación básico y no sólo un añadido o “plus” de atención. Este es el sentido de comunidades terapéuticas que favorezcan formas sanas de vinculación, en el sentido del poder patógeno atribuido por investigadores como G. Bateson a las relaciones “enfermantes” como las descritas en su teoría del doble vínculo. También las hipótesis sobre la construcción de la subjetividad de Freud y continuadores de su obra como M. Malher, Spitz, K. Abraham, etc, abundan en esta línea. Siendo quizás J. Lacán con su teoría de la suplencia y el lazo social quien viene a redondear esta evolución.

En el desarrollo del trabajo que hicimos como grupo, los terapeutas nos integramos como uno más en la labor de aprendizaje y posteriormente rodaje del corto que surgió, pero siempre teniendo en cuenta la dimensión terapéutica de nuestras actuaciones, considerando el taller un potente espacio social curativo a la vez que tomándonos muy en serio el objetivo del aprendizaje y el rodaje del corto. Así, tener bien claro nuestro principal objetivo, la mejoría en la calidad de vida de los pacientes, nos permitió fundirnos en el grupo como otros alumnos más, compartiendo el proceso de forma autentica, conviviendo y aprendiendo junto con ellos. Esto nos ayudó a tomar conciencia todavía más de la riqueza que atesoran las personas que pasan por nuestras consultas, algo que puede quedar en buenas intenciones o palabras a menos que se viva, como nosotros lo vivimos, a través de los meses.

El espacio de trabajo se conformó poco a poco como un lugar que fomentaba la participación en el proyecto conjunto que era aprender cómo se hace cine y quizás poder rodar un corto al final del taller para aplicar los conocimientos. En esto fue muy importante la posición de escucha y respeto a las opiniones e iniciativas de todos, no descartando nada por demasiado “loco” o inusual, intentando ver qué se podía integrar, qué quería aportar cada uno para que en lo que hacíamos juntos nos viéramos reflejados y lo sintiésemos como algo nuestro. Este punto es muy complejo y exigente pues necesita de una actitud por parte nuestra de apertura a lo que en gran parte de la sociedad se juzga aberrante, insólito o inquietante. Esto nos refiere a lo que todos nosotros tenemos en nuestro psiquismo de innombrable, de inseguro e irracional. Para nosotros el llamado “estigma” del enfermo mental no es gratuito y responde a aquellas sensaciones desagradables y profundas que estos pacientes despiertan en nosotros.
En este sentido la locura nos remite a la naturaleza profundamente alienada del ser humano como ser del lenguaje. Donde nuestra capacidad de simbolizar, de nombrar, se pierde frente a lo real, quedando este habitado por lo innombrable e ilimitado, siendo este el territorio de la locura. De esto nos traen testimonio nuestros pacientes, de aquello de lo que nosotros intentamos separarnos mediante el uso de símbolos, de aquí viene la profunda inquietud.

En este sentido traigo la frase que da título a este texto, la dijo un paciente psiquiátrico diagnosticado hace muchos años de esquizofrenia. Respondió esto al preguntarle un periodista de la radio si tenía miedo por actuar en la escena que estaba a punto de rodarse. Él hacía de “salvavidas de playa” que ve caer un meteorito, y mira asombrado su trayectoria… Elegimos esta frase como título porque resume un poco el espíritu de parte de lo que quisimos conseguir; tenernos todos un poco menos de miedo entre nosotros y así aprender a contar con el otro.

Se puso mucho hincapié en esta posición de respeto y apertura a lo que el otro tuviera que decir, y creemos que esto favoreció un clima que permitiría a muchos de nosotros mostrar facetas nuevas, tomar iniciativas y hacer cosas que, en principio, no creíamos poder. A veces esto requería exquisito respeto por los tiempos del otro, o revisar y flexibilizar nuestros propios esquemas, pero valió la pena. Por ejemplo; vimos con asombro a un chico diagnosticado de esquizofrenia hebefrénica ir tomando cada vez más iniciativa hasta terminar improvisando emociones y gestos ante la cámara; vimos a otro paciente muy inhibido socialmente, y que rara vez salía de su habitación, ser el primero en entrar en el agua de la playa porque “la escena lo pedía”; o contemplar cómo retomaba la cámara para hacer el making-off una persona que había trabajado como operador de cámara y había tenido que dejarlo agobiado por la ansiedad.

En cuanto a mejora de las posibilidades de comunicarnos, conectarnos y entendernos, creo importante reseñar que los avances que notamos en nuestros pacientes eran reflejo recíproco de cambios internos en nuestra forma de verlos, de tratarlos y de entenderlos. Tuvimos ocasión de compartir un proyecto y en este nuevo contexto los roles rígidos de la consulta podían alterarse y hacerse flexible. Desde hace años se viene considerando esta rigidez en la manera de posicionarse ante los demás del individuo como característica básica de la patología mental, condenando al sujeto a repetir una y otra vez el mismo drama. El psicoanalista J. Lacán daría una vuelta de tuerca a esto al plantear que la posición es, además de frente al otro, del mismo sujeto ante su propio deseo. Esta plasticidad podía lograrse en gran parte gracias al sentimiento de seguridad de los “profesionales de la salud”, la confianza basada en saber donde estábamos, cual era nuestra tarea terapéutica y cómo queríamos llevarla a cabo. Así nuestras inseguridades y miedos no nos impidieron mostrarnos, en la medida de nuestros recursos personales, auténticos, comprometidos en la tarea e ilusionados. No puedo dejar de acordarme de la extrañeza con que muchos pacientes recibían que psiquiatras, psicólogos, enfermeros o demás pudiéramos ilusionarnos en plano de igualdad con ellos, por los mismos proyectos, con curiosidad por las mismas cosas. Para muchos era la primera vez que se sentían haciendo algo que consideraban valioso de verdad, y no un entretenimiento cualquiera para llenar su tiempo porque no podían hacer otra cosa.

Creemos que este tipo de experiencias, lejos de ser un “añadido” en el tratamiento, deben constituir parte de la base del proceso terapéutico de personas que precisamente están afectadas gravemente en su capacidad de vincularse, de conectar con los demás, de sentirse parte de algo. En esto han puesto el acento generaciones de psicoterapeutas a lo largo de las décadas, en esta dimensión social de nuestra práctica que ha conseguido logros tan importantes como el cierre de instituciones manicomiales deshumanizadas, la posibilidad de un tratamiento en la comunidad o la lucha contra el estigma social, por ejemplo. No creemos estar hablando de “buenas intenciones” ni de “utopías” por señalar la necesidad que tienen estos pacientes de encontrar espacios seguros, sin sobre-exigencias ni reproches, donde desarrollar su mermada iniciativa y su creatividad muchas veces sorprendente.

El ser humano se construye inmerso en el medio social, siendo la familia nuestro primer espacio para el desarrollo, donde aprendemos en que consiste esto de ser una persona. Aprendemos, elegimos y con ello vamos incorporando no sólo conocimientos, sino experiencias, recursos, capacidades. ¿Qué forma mejor de adquirir confianza que entre personas que de verdad, sin reservas, confían en ti? Todos tenemos estas experiencias, todos hemos llamado a un familiar antes de un examen, hemos recordado las sonrisas de nuestros amigos cuando parece que llueven los golpes de la vida y nos hemos tranquilizado contando con otro que sólo podía acompañarnos en una situación angustiosa. Nosotros pensamos que esta capacidad del ser humano para contar con otro y enriquecerse de lo que le aporta tiene mucho que ver con nuestra historia de experiencias, es algo que construimos con esfuerzo, como tantas capacidades depende de un medio adecuado, en este caso de un medio afectivo.

En esto todos estamos atrapados, porque simplemente aquellos que fueron modelo en nuestras primeras relaciones, nuestros padres y luego hermanos, amigos, parejas,…hacen lo que pueden. Tienen sus formas de acercarse a los otros, de desearlos o pedirles que les deseen, de sufrir y de angustiarse. Con respecto a estos modelos nos formamos nosotros, sin poder ser ajenos pero tampoco totalmente determinados, tomando decisiones que marcan futuras opciones. Así podemos caer en pautas rígidas, formas de lidiar con los otros que no admiten variación y se repiten una y otra vez. A cambio de librarnos de la ansiedad del momento pagamos el precio de empobrecer nuestras vidas, con artimañas, engaños, imposturas, justificaciones…Todo a cambio de no sufrir la angustia que trae la responsabilidad sobre nuestras vidas, la libertad y espontaneidad inherente al ser humano.

Esto en el paciente psicótico es llevado a su extremo, su forma de relación asusta porque abruma. Primero nos mirará con suspicacia, en su relación verá si somos capaces de soportar su angustia, su indefensión. Luego poco a poco nos dejará ver cada vez un poco más de lo que son en realidad, de su trasfondo, abrumándonos muchas veces con la intensidad de su sufrimiento y su necesidad de un “otro” que pueda soportar la carga de los fantasmas de su pasado. La relación puede llegar a ser casi de dependencia simbiótica y el terapeuta puede perderse en ella a menos que ambos cuenten con alguien que haga la función de un “tercero”, que rompa la unión, que ayude a entrar en lo social, en lo que hace referencia a otros aparte de esa simbiosis arcaica (pre-edípica).

Aquí es donde vemos la clave de un proceso terapéutico real con estos pacientes tan graves, la capacidad humana de incorporar experiencias de confianza, consideración hacia el otro, empatía,…a partir de un medio social en que se generen dinámicas de relación sanas, reales y espontáneas.
Durante toda nuestra vida mantenemos la capacidad de incorporar estas experiencias que nos ayuden a calmar la ansiedad y lidiar con nuestra realidad de seres incompletos. Aunque hayamos perdido oportunidades por circunstancias biográficas o simple miedo, mantenemos la capacidad de seguir eligiendo, de relacionarnos de forma más real y provechosa con los otros empezando a verlos como lo que son y no como meros personajes de nuestro pasado. Esta capacidad es lo que fundamenta nuestro trabajo en la relación con estos pacientes, para los que funcionamos como figuras importantes si nos ganamos esa posición con nuestra dedicación y presencia. Figuras con las que pueden ensayar de nuevo lo que en el pasado fracasó de forma trágica, sin que pudieran desarrollar la capacidad de alcanzar la dimensión de lo social, lo simbólico y en definitiva lo que nos hace sujetos ante el mundo.

sábado, 20 de diciembre de 2008

¿Abrimos un apartado sobre metáforas de los "enfermos mentales"?




LAS METÁFORAS DE LOS PROTAGONISTAS, LAS MEJORES

Ejemplo para describir el tránsito a fase maníaca de un diagnósticado de Tr. Esquizoafectivo: "Me pongo electrico (acompañado de un gesto con la mano con el que abarca rápidamente todo su cuerpo de la cabeza alos pies)"


ARTÍCULO:

Las metáforas para describir la Enfermedad Mental
por Randolph Fillmore
(De HSMBeagle)

Ninguna brisa se agita en este caldero, porque no hay escape de su sofocante prisión. . . . - William Styron, Darkness Visible
Para la persona encerrada en el vaso, vacía y parada como un bebé muerto, el mundo en sí mismo es su mal sueño. - Sylvia Plath, The Bell Jar
No puedo pensar, no puedo calmar a este caldero asesino . . . Comprendo por qué Jekyll se suicidó antes de que Hyde se hiciera con el mando por completo. - Kay Redfield Jamison, An Unquiet Mind
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Los psiquiatras no se las arreglan demasiado bien para explicar en qué consiste su trabajo y, viceversa, los medios de comunicación no se distinguen por una especial habilidad para informar sobre las enfermedades mentales. A esta conclusión llegaron los participantes de la Conferencia de Consenso de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana sobre Psiquiatría y los Medios de Comunicación, que tuvo lugar en Marzo 1998 [1]. La conferencia abordó aspectos como el uso y abuso DSM-IV, la confidencialidad, la publicidad sobre psicofármacos y la eficacia de los tratamientos herbales, y los participantes no dedicaron mucho tiempo a la manera en que los periodistas científicos podrían mejorar su estilo y la exactitud de sus crónicas en relación con la enfermedad mental.
¿Pueden abordar los periodistas de temas médicos las enfermedades mentales con la agudeza y el estilo que emplean cuando informan sobre otras enfermedades, como el cáncer y las cardiopatías? Podría mejorarse en este terreno buscando mejores metáforas para describir los mecanismos internos de las enfermedades mentales. Así como los reporteros ofrecen "hechos," los periodistas de temas médicos escriben "historias" para aclarar conceptos. Los escritores de historias, noticias y cualquier otro género escrito suelen usar metáforas para dar vida y significado a los hechos.
No es difícil encontrar una plétora de metáforas (alguna verdaderamente trilladas) en la prensa. En el Congreso rugen tormentas, y las escaramuzas dejan un poso polvoriento.. La burocracia tiene ruedas oxidadas, las orillas raciales necesitan un puente que las una, y Oriente Medio es un cenagal. Estas son las monedas metafóricas que gastan los periodistas.
Al explorar la enfermedad mental, los periodistas de tema médico carecen de esas potentes figuras que utilizan cuando escriben sobre otras enfermedades. El cáncer, por ejemplo, es una enfermedad que no necesita mendigar metáforas. En su clásico librito La Enfermedad como Metáfora (1977) Susan Sontag nos lo hizo ver claramente. Sontag llamó al cáncer "la despiadada invasión oculta" [2] de la que surgen las "metáforas controladoras del cáncer", todas ellas acuñadas en "términos militares" [3]. Sontag destaca también que algunas metáforas que describen aspectos del cáncer crecieron en torno a la naturaleza misteriosa de la enfermedad, y especuló que "las enfermedades cuyo origen se cree multi-determinado (esto es, misterioso) . . . tienen las máximas posibilidades de metáforas. . . ." Para Sontag, el idioma del cáncer cambiará cuando "la enfermedad se entienda mejor y las tasas de curación sean mucho más altas."
Así es, las analogías militares se emplean con prontitud y facilidad para hablar de las "células invasoras" del cáncer, "el arsenal terapéutico" de la Medicina o la "valerosa batalla" que libra el paciente. La metáfora de la contienda es una poderosa analogía para tres de aspectos de cáncer: la patología, el tratamiento, y la experiencia del paciente. Sin embargo, los periodistas de tema médico no disponen de tales metáforas, comprensivas y vibrantes, al escribir sobre las enfermedades mentales, especialmente en los aspectos de la patología, proceso de enfermedad, y tratamiento.
Por otra parte, el idioma metafórico que describe la experiencia de las enfermedades mentales puede ser apremiante, como en las citas de Styron, Plath, y Jamison. Los periodistas de temas médicos no deberían eludir las metáforas creadas por los pacientes. Pero desgraciadamente los escritores carecen de tropos para comunicar adecuadamente la patología y el tratamiento de enfermedades mentales, por lo que deberán encontrar algunos.
"No podemos usar metáforas militares con las enfermedades mentales, del mismo modo que no podemos hacerlo con la diabetes, porque no hay invasión," dice Nada Stotland, presidenta de la conferencia de consenso y psiquiatra del Departamento de Abuso de Sustancias del Centro Médico Masónico de Chicago. "Necesitamos alguna imagen mental de cómo funcionan las enfermedades mentales. A partir de esa imagen surgirían las metáforas". Stotland plantea una cuestión importante; mientras los escritores no consigan imágenes visuales claras de la patología y los mecanismos de las enfermedades mentales, no dispondremos de metáforas claramente descriptivas, y seguirán existiendo los obstáculos actuales para escribir sobre enfermedades mentales.
Jamie Talan, asistente al consenso y escritora de tema médico en Newsday, está de acuerdo con Stotland. Talan suele cubrir noticias de Neurociencias y enfermedad mental, y cree que la observación de los procesos físicos de la enfermedad en el cerebro sería un buen punto de arranque para buscar metáforas adecuadas. "Llevo quince años informando sobre enfermedades mentales y no he dado con la manera de contar a la gente, de una forma creativa, cómo trabajan la conducta y la biología para crear la enfermedad. Tengo que seguir volviendo a la noción de enfermedad cerebral, y cosas como los desequilibrios químicos," dice Talan.
Hoy en día, tecnología de imagen permite a los profesionales de salud mental "ver" realmente algunas enfermedades mentales. Cada número del American Journal of Psychiatry incluye imágenes brillantemente coloreadas de las anormalías estructurales de cerebros afectos de diferentes trastornos achaques, incluyendo la esquizofrenia. Estas técnicas permiten ver atrofias de hipocampo, ventrículos ensanchados e incluso alteraciones bioquímicas.


Elegir Metáforas con Cuidado

Los escritores deben escoger las metáforas médicas con cuidado para evitar cambios problemáticos de significado. En 1976, Karl E. Weick escribió que las metáforas son "no sólo frases pegadizas diseñadas para encandilar un auditorio" [4]. Al contrario, según Weick, son una de las pocas herramientas que ayudan a los escritores a crear descripciones compactas de fenómenos complejos. Del mismo modo, en un artículo en la Science Communication de 1995, Maasen y Weingart definieron a las metáforas como "mensajeros de significación" y "unidades de traducción" [5]. A su entender, los escritores deben usar las metáforas sabiamente, porque "el discurso cambiado por la metáfora reorganiza la realidad"; las metáforas transfieren significado "para producir efectos que no pueden controlarse desde el punto de vista del cambio potencial de significado" [6]. En otras palabras, los escritores deben ser muy cautos con las metáforas, porque su significado puede tomar vida propia. "La realidad reorganizada" puede ser peligrosa. Así como "la guerra contra la droga" ha tenido un gran alcance, si se une un mensaje metafórico equivocado a las enfermedades mentales podría perjudicarse a los enfermos e incluso alterar la política sanitaria.
Las metáforas son ya numerosas en la literatura médica, en la práctica médica, y en el concepto popular de las enfermedades. G.F. Hayden examinó la relación entre las metáforas médicas y la terminología de la mecánica, y encontró que tanto faltarte un tornillo como faltarte una tuerca eran los términos usados informalmente para describir la enfermedad mental. [7] L.A. Rhodes, al abordar las figuras del discurso para describir los efectos de medicación psiquiátrica, observó que pacientes y personal usaban diferentes tipos de metáforas para caracterizar efectos de la medicación. [8] Pacientes hablan de que están zombis, amuermados, o de que se les han ordenado las ideas. Hablan de la mente como "la olla", algo a lo que hay que recargar porque le faltan las pilas, o algo a lo que se le puede cruzar el cable. Por su parte el personal habla metafóricamente desde el punto de vista del control. En su expresión más extrema, Thomas S. Szasz llegó a discutir la existencia de la enfermedad mental, sosteniendo que la enfermedad mental en sí misma es una metáfora más amplia para el comportamiento socialmente sospechoso.
Judy Segal llama la atención sobre la manera en que el idioma metafórico influye en el debate sobre la política sanitaria. "La metáfora es uno de medios por los que la biomedicina controla el debate sobre la salud pública", escribe Segal. Para esta autora, hay tres metáforas principales en acción en la medicina hoy: el cuerpo como una máquina; la medicina como guerra; y medicina como negocio. La metáfora de "medicina como negocio" podría ser los más dañina, agrega, porque deshumaniza al paciente. [9]
"En la reunión de consenso tratamos de dar con un idioma que podamos comprender todos," recuerda Talan.
Talan dice que psiquiatras asistentes a la conferencia expresaron su temor de que el managed care ("medicina como negocio," según Segal) puede dar la espalda a las víctimas de la enfermedad mental. Las metáforas que encajan en la categoría de la "medicina como el negocio" podrían tener el mismo efecto definitivo sobre pacientes como los tropos (y las creencias) que implican que la causa de enfermedad mental es la posesión demoniaca. La metáfora de posesión condujo a un tratamiento inhumano del enfermo mental. ¿Corren los escritores y profesionales el riesgo de que la analogía de la "medicina como negocio" pueda tener un impacto similar sobre el enfermo mental? Los escritores deben tener cuidado para que las nuevas metáforas para los tratamientos y patologías mentales no arrastren de nuevo a galerías oscuras llenas de demonios (o de gestores económicos).

¿ Podemos crear Nuevas Metáforas para la Enfermedad Mental?

En su clásico trabajo Metaphors we live by (1980), Lakoff y Johnson abordaron una figura a la que llamaron "metáfora de orientación". Para estos autores las metáforas de orientación funcionan mejor con conceptos y sistemas. Puesto que la enfermedad mental es tanto conceptual como sistemática, concluyeron que este tipo de metáfora podría ser un dispositivo poderoso para comunicar aspectos de la enfermedad mental. Sus metáforas de orientación incluyen "metáforas de recipiente" y "metáforas de viaje". Las metáforas de recipiente, escribieron los autores, están relacionadas con con el espacio, la densidad, las cantidades y los límites; las metáforas de viaje usan trayectorias y metas. Para Lakoff y Johnson estos dos tipos de metáfora tienen "vínculos compartidos," o más bien rasgos comunes que los vinculan conceptualmente. [10]
En sus respectivas exploraciones personales sobre la enfermedad mental, Jamison y Styron se centraron en las metáforas de recipiente y viaje. Jamison [11] comparó sus episodios maníacos con viajes a Saturno y sus anillos helados. Ambos autores utilizaron la imagen de la obscuridad y el color negro. Styron [12] utilizó tropos de tiempo atmosférico; así, una tormenta lo arrastró al hospital - una tormenta de tinieblas, una nube negra. Por su parte, Jamison vio a la oscuridad desenvolverse en su mente.
John Barnden, profesor de inteligencia artificial de la Universidad de Birmingham (Reino Unido) y un "teórico de las metáforas", tiene una página web dedicada a las metáforas que describen estados mentales. Barnden incluye categorías tales como "la mente como ser animado o cuerpo vivo", "mente como objeto físico" y "mente emocional como espacio físico". Aunque estos tipos de metáforas pueden ayudar a caracterizar enfermedades mentales, Barnden alerta contra los modelos de metáforas que usan algunos terapeutas.
"Ciertas ideas psicoterapéuticas como la de contactar con el niño que hay en tu interior son altamente metafóricas", asegura. "Sospecho que mucha gente lo tomaría de una manera demasiado literal, y podría pensar que hay una persona distinta, escondida en su interior. Desde este punto de vista, hay que pensar en los peligros de la metáfora en la psicoterapia."
Las metáforas de Tratamiento: ¿Una Guerra Abierta o una mera domesticación de inquilinos molestos?
La esquizofrenia es una enfermedad en la que son frecuentes las alucinaciones auditivas, por las que los pacientes oyen voces. "Los pacientes han descrito la experiencia de la esquizofrenia como si estuvieran parados en un ascensor rodeados por voces odiosas y amenazadoras," dice Stotland. Cuando no se puede desalojar a estos inquilinos ruidosos y molestos, del edificio (la mente), hay que apaciguarlos, acomodarlos, y aplacarlos. Muchas de las medicaciones para la esquizofrenia funcionan de esta manera, por lo que pueden parecer menos merecedoras de la atención periodística (y menos interesantes para escribir sobre ellas) que las llamadas "medicaciones de ataque" que se emplean en otras enfermedades
La psiquiatra Sandra Walker, que trabajó como productora de televisión antes de estudiar medicina, destaca algunas metáforas notables sobre el tratamiento y enfermedades mentales. Por ejemplo, a Walker le gustaría saber a cuántas millas por hora se fugan las ideas de un paciente, o cómo se siente uno oscilando con el estado de ánimo. También usa metáforas para el tratamiento, y llama a la psicoterapia un "proceso de parentalización" para invocar el aspecto nutricio del proceso. Sus pacientes (la metáfora de recipiente) dicen sentirse permeables, llenos de agujeros. Además, asegura que en su práctica aporta un ambiente terapéutico parecido a un lienzo sobre que el paciente/artista puede pintar su experiencia.

"El inconsciente habla en metáforas," dice Walker.

Los reporteros médicos no deberían evitar emplear metáforas ideadas por enfermos mentales.


Los psiquiatras escuchan metáforas creadas por los pacientes, pero es muy variable el tipo de atención clínica que conceden a estos fenómenos y el uso que hacen de las mismas como terapeutas. Los periodistas de tema médico podrían utilizar mejor que los psiquiatras estas metáforas.
David Hellerstein es un psiquiatra que asegura que observa las metáforas de los pacientes como médico y como escritor. "Como médicos nos esforzamos por descifrar los síntomas más raros, o las metáforas más idiosincráticas, con el fin de ayudar al paciente" [13]. Las metáforas idiosincráticas de las que habla Hellerstein son las que usa el enfermo mental para comunicar su experiencia. "El enfoque clínico, a pesar de ser empático, es frío y constante . . . el abordaje del escritor, en cambio, es cálido, ya que se zambulle en el remolino de idioma y la imagen, totalmente ignorante de dónde le podría llevar" [14].
Hellerstein aclara que no se refiere a periodistas de tema médico, sino a "escritores creativos," que se mantienen al margen de la objetividad a la que está obligado el periodista. Pero los periodistas médicos son escritores creativos, en cuanto que deben exponer creativamente hechos médicos. En esta tarea, la metáfora es una de sus mejores herramientas. Los periodistas de tema médico, por supuesto, no pueden (como sugiere Hellerstein para los escritores creativos) ser "totalmente ignorantes" de a dónde pueden llevarles las metáforas que eligen. Eticamente, los periodistas de tema médico deben asegurarse de que las metáforas que escogen no solamente explican enfermedades mentales, sino que además contribuyen a una mayor comprensión y a un tratamiento humano de quienes las padecen.

Randolph Fillmore es un periodista independiente de tema médico y científico que ha publicado en Faulkne y Gray, Prudential Health Care, el Stars and Stripes, y Baltimore Sun. También es profesor a tiempo parcial de antropología y sociología.

Copyright © 1997 Txori-Herri Medical Association 1997. Reservados todos los derechos.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Entrevista a Claudio Naranjo en REDES





Claudio Naranjo (Valparaíso, 1932) es un psiquiatra chileno, considerado uno de los tres discípulos más cercanos de Fritz Perls, importante figura en la divulgación del eneagrama en occidente, y fundador del programa S.A.T. de Educación integral. Investido en 2007 Doctor Honoris Causa por la Universidad italiana de Udine.

Estudió Psiquiatría en la Universidad de Chile, donde tuvo como profesor a Ignacio Matte Blanco. Fue docente de áreas como la Psicología del arte y Psiquiatría social y fue director del Centro de estudios de antropología médica en Chile.

En los años 60's se radicó en Estados Unidos, estudiando Terapia gestáltica con Perls, llegando a formar parte del equipo del Instituto Esalen en esos años. Su aporte a la Terapia gestáltica está en ser uno de los que cristalizó el último periodo de Perls (que pone el acento en la actitud del terapeuta), a través de su desarrollo en la vía de la Psicología transpersonal, constituyendo en su quehacer una interfaz entre la psicoterapia y diversas disciplinas espirituales (la llamada Cuarta vía)

En este sentido, es conocido su sendero espiritual, en que fueron relevantes diferentes maestros, como Swami Muktananda, Idries Shah, Oscar Ichazo y especialmente Tarthang Tulku Rimpoché.

Fue investigador asociado en el Instituto de evaluación e investigación de la personalidad en la Universidad de Berkeley. Ha enseñado Religiones comparadas, Psicología humanista y meditación

Ha sido también difusor del Eneagrama, un sistema de estudio de la personalidad de supuesto origen oriental, que él ha ido integrando como práctica terapéutica y de Desarrollo personal.

En cuanto al programa S.A.T. de educación, este se inscribe en una línea de educación integradora, en relación con el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau, John Dewey, María Montessori o Rudolf Steiner. Pone el acento en los aspectos emocionales y espirituales del proceso de aprendizaje, y en la relación personal y transformadora que ocurre en dicho proceso.

Definición extraida de Wikipedia

sábado, 13 de diciembre de 2008

Los nuevos manicomios: "20.000 enfermos mentales en la cárcel"


En los años 80 desaparecieron los manicomios. Muy pocos querían verlo, pero hoy las enfermerías y módulos de las prisiones son los nuevos depósitos de enfermos mentales. Un 25 por ciento de los más de 82.000 presos tienen diagnosticado algún trastorno; casi 40.000 toman psicofármacos.


La masiva presencia de presos con patologías psiquiátricas es una verdad molesta. Desde que la reforma psiquiátrica de los años 80 cerró los manicomios por su ineficacia terapéutica, y dejó en manos de la familia y la red asistencial la salud mental, los patios y enfermerías de las prisiones han visto llegar sin parar a personas con trastornos. Los había sin arraigo familiar, excluidos que no sabían ni que padecían una enfermedad, que no se habían medicado en su vida, que eran diagnosticados cuando cruzaban la verja. La mayoría no puede justificar su delito en su patología, pero hay una parte para los que la cárcel no es el mejor sitio. El panorama lo pinta con claridad el responsable de la sanidad penitenciaria, José Manuel Arroyo: “Cuando uno va por las prisiones, se da cuenta de que hay un porcentaje alto de trastornos mentales. No es algo nuevo, pero ahora está un poco exacerbado. Una cárcel no es un dispositivo asistencial sanitario. Las enfermerías de los centros son en realidad unidades psiquiátricas. Los que tienen una enfermedad grave aquí no van a mejorar. Esto es nefasto ética, moral y económicamente. El primer objetivo es que éstos, cuando ya no presenten un peligro para la sociedad, sean trasladados a recursos sanitarios de la comunidad”. La idea no es la excarcelación masiva, sino el ingreso en centros más acordes con su salud mental.
En 2007 se sondearon 64 prisiones, y Mercedes Gallizo, responsable de la institución, reconoció que “en muchos casos, la enfermedad mental se halla en el origen del delito. La prisión se utiliza en ocasiones como un recurso de carácter asistencial para personas que no han sido tratadas y controladas en su vida en libertad”.

Las cifras de aquel sondeo demuestran que la masificación –casi 83.000 reclusos a finales de octubre, el doble que hace una década– no es el único reto. En las cárceles –“un entorno que crea ansiedad y pone a prueba emocionalmente”, admite Arroyo–, más de 20.000 personas tienen diagnóstico psiquiátrico, sin incluir el abuso y dependencia de las drogas. Si se contara a los toxicómanos, estaríamos hablando de que uno de cada dos presos sufre alguna alteración mental.

Muchos entraron en prisión con antecedentes psiquiátricos o después de haber tenido algún ingreso hospitalario. Pero también los hay que han desarrollado la patología entre el patio y la celda. Casi el 50 por ciento toma algún psicofármaco (ansiolíticos, antipsicóticos, antidepresivos o metadona). Y mil presos que tienen acreditada la condición de discapacitados psíquicos siguen en sus celdas.

Varón, español, entre 20 y 40 años, con un nivel de estudios y cualificación laboral muy bajos, con un cuadro psicótico que englobaría desde depresión y psicosis maniacas o paranoides hasta trastornos de personalidad y esquizofrenia, y sin hogar ni red familiar, son las características que se repiten. “Con ellos, el modelo comunitario ha fracasado. Se dejó en los familiares una gran responsabilidad. Cuando éstos fallaron o abandonaron, se quedaron a su suerte, se desestabilizaron y delinquieron”, comenta Arroyo.

Una idea que apuntala Mariano Hernández Monsalve, presidente de la Sociedad Española de Neuropsiquiatría: “Para delitos similares y no graves es más fácil que una persona con un trastorno mental ingrese en prisión que uno que no tiene enfermedad psiquiátrica. Se defienden peor, los abogados de oficio no suelen profundizar en su historial clínico porque piensan que es mejor no decir nada que verles acabar en el psiquiátrico penitenciario”.

La misma enfermedad los convierte en doblemente atrapados. Viven la indiferencia de los demás, se aíslan y se adaptan peor, no participan en las actividades, “y su refugio suele ser la enfermería de la cárcel”, explica este psiquiatra. Adolfo es un cubano de 40 años que se vio envuelto en una trama de falsificación de papeles para inmigrantes. Once meses de talego y un trastorno bipolar eran su nueva realidad. “Antes de entrar yo intuía que sufría algo, pero nadie me decía el qué. En la Modelo de Barcelona estaba en una celda que daba a un pasillo. Un día empecé a ver cómo los presos se tiraban por las ventanas”. En la cárcel le diagnosticaron y empezaron a medicarle. Para Estrella, coordinadora del programa de salud mental de la prisión de Valdemoro, Adolfo, como otros muchos, tendría que tener una alternativa a la cárcel, “y si no hay recursos, los jueces, al menos, deberían facilitar los permisos y las salidas terapéuticas, hay que ir preparando su salida para que no haya más fracasos”.

El departamento que dirige Mercedes Gallizo pretende lo que parece un pequeño avance. Según ha podido saber esta revista, Instituciones Penitenciarias ha empezado a recoger datos de todos los presos que sufren algún trastorno mental. Una vez localizados y diagnosticados, se analizarán los expedientes de aquellos cuyo delito tenga relación directa con la enfermedad (por ejemplo, un robo llevado a cabo durante un brote psicótico). Si no representan un riesgo de conductas violentas para sí mismos o para el resto, serán excarcelados y derivados a dispositivos sanitarios de la comunidad (casas-hogar, comunidades terapéuticas, centros de día…) para ser tratados como pacientes, no como presos. “Estamos hablando de entre un 20 y un 30 por ciento de los que sufren un trastorno grave. El porcentaje de presos con estas enfermedades es del 4 por ciento, el doble que en la población general”, aseguran fuentes penitenciarias. En la práctica estaríamos hablando de alrededor de un millar “que ya no necesitan ninguna contención, que están entre rejas porque el juez no sabía dónde enviarlos”, dicen las mismas fuentes.

Concha Cuevas, presidenta de Feafes, federación de asociaciones de familiares de enfermos mentales, sube la cifra hasta casi los 2.400 reclusos. “Si tienen conciencia de la enfermedad y les dan un tratamiento farmacológico y una psicoterapia adecuados, su control y autocontrol es posible fuera. Encerrados lo único que hacen es deteriorarse”, comenta esta malagueña.

María Isabel Mora, abogada de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, admite que ha habido avances, pero se sigue mostrando muy crítica: “Para conseguir que la sociedad esté tranquila no hace falta el régimen carcelario, existen otros métodos en libertad. Al final, estos presos se ‘comen’ las condenas enteras, no tienen beneficios”.

En la actualidad, las plazas en dispositivos no carcelarios son las menos. Los jueces no quieren líos, y si no hay una alternativa segura, los envían a prisión. Ni autonomías ni ayuntamientos asumen que tienen que dignificar la vida de sus enfermos.

“Aquí pasamos de un lugar de máxima contención como es la prisión a mandarles a la calle. No existen unidades intermedias, dispositivos públicos o privados como las casas-hogar, pero con un mínimo personal de seguridad”, explica Arroyo.

Fragmento de artículo extraido de la revista: Interviú

Salud Mental y Comedia


Uno de los grupos terapéuticos donde trabajo lleva ya un año y pico teniendo como principal motivo de reunión el teatro y el cine.

El año pasado hicieron una obra de guiñol que los dejó muy contentos y con ganas de tener nuevas experiencias al respecto.

Este año decidieron hace una obra de teatro, dejando atrás por ahora la idea de hacer un corto digital.

En ese momento me incorporé yo y aprovechando una obra que trajo uno de los integrantes del grupo se me ocurrió que podría ser muy terapéutico para ellos que en la medida de lo posible autogestionaran al máximo la producción de la obra.

Hemos tenido un mes para aportar nuevas obras e ideas, ya se han repartido las funciones que piensan que son necesarias (dirección, escenografía, apuntadora;) e interpretación).

Estoy sorprendido por cómo lo estamos llevando, creo que están contentos en general, si bien en mi debe, no he conseguido trasmitir al resto del personal la filosofía de autoorganización y autogestión del grupo que pretendo dinamizar, ya que creo podría ser útil terapéuticamente para los “Comediantes”.

Psicoeducación

Para lección de psicoeducación la que me dio ayer una paciente de 60 años, diagnosticada de esquizofrenia desde los 19 años.

"La esquizofrenia es algo que no te deja avanzar. Con lo inteligente que soy, con todo el bien que he hecho y no he conseguido saber porque no he podido ser mejor. Era algo que impedia que hiciera lo que yo quisiera. Cosas que no son reales, pero que lo son"

Gracias A. por la lección

Quiero mi alta

Quiero mi alta. Esta es la frase que más veces escucho al cabo del día. Creo que la he escuchado tantas veces que ya no sabia ni lo que significaba.

Tengo que reconocer que es una frase que me enfadaba, y no sabia exactamente por qué. Al principio pensaba que los pacientes no decían nada con esa frase y lo que hacían era bloquear mis intentos de acceder a lo que les pasaba. Mi respuesta era el silencio, en espera de que los fármacos y el ambiente contenedor acabaran con el deseo de "libertad" y me permitieran trabajar.

Con el tiempo dejé de interpretarlo como un deseo veraz de irse de aquel sitio, ya que empecé a preguntarme ¿por qué no me piden simplemente que les abra la puerta? ¿o que le deje irse? ¿por qué precisamente me pide el alta? ¿por qué no se fugan simplemente? Rápidamente el alta se convirtió en un nuevo motivo de enfado, ya que el psicótico lo que estaba era maleado y apaleado por el sistema, y él tomaba como propio el discurso de la institución, eliminando sus propias palabras, cambiando el salir por el tecnicismo "quiero mi alta".

Esa visión del "quiero mi alta" tampoco me fue útil. Continuaba bloqueando mi trabajo. Elaboré una nueva hipótesis. Con "Quiero mi alta" el psicótico encuentra un lugar en el mundo, "estoy a merced de tí, tú eres mi carcelero y sólo tú me puede dar el alta de aquí". De alguna manera es un pensamiento estructurante, "no me voy a quedar aquí para siempre, porque algún día llegará mi alta". Esta idea comenzó a serme útil para colocarme en una posición, que yo no quería, pero que al fin y al cabo va con el sueldo. Soy un carcelero supertécnico, pero al menos puedo elegir como serlo. Puedo o no puedo putearlo.

Mi última hipótesis es que con "Quiero mi alta", realmente el psicótico te incorpora como una persona que de la que puede obtener algo de alguna manera, el problema es que no es capaz de ponerle palabras a qué quiere. Lo único que una persona encerrada puede desear es la libertad, para ello te tiene que reconocer como captor. Esta idea es la que intento aplicar ahora, aceptando mi papel "represor", pero colocando la verdadera responsabilidad del ingreso, del tiempo o de las condiciones en la transformación de la demanda "quiero mi alta" a "quiero algo para no volver aquí". Es un proceso complicado y no sé si acertado. Pero por ahora me sirve para controlar mis propias angustias.

De nuevo ingresado....



Curioso sitio de ingreso este, que te ingresan involuntario cuando estás mejor. Pues sí, ya he acabado de transitar por mi desierto, dejando atrás mis confusiones neuropsiquiatricas y mi apatia y anhedonia por el estudio.

Y me vais a permitir que rescate un post antiguo que viene de acuerdo al motivo del ingreso de este sujeto que escribe.

Un saludo!

lunes, 8 de diciembre de 2008

Información extraida del periódico "Público": España no da la talla en atención a la salud mental

Los recursos destinados a los trastornos mentales son menores que en Europa, aunque se ha aprobado la Estrategia de Salud Mental para intentar paliar la situación

En comparación con el resto de países de la Unión Europea (la de los 15, antes de las dos ampliaciones posteriores a 2004), España es el país que menos recursos destina a la atención de sus enfermos mentales, por debajo de países como Italia, Grecia o Portugal.
La revista The Lancet publicó recientemente un informe titulado Los sistemas de salud mental en los distintos países: ¿dónde estamos ahora?, una radiografía de la atención prestada a la salud mental en los diferentes rincones del planeta. Los países pobres pierden por goleada respecto a las naciones más ricas, pero entre éstas también se observan diferencias notables.
Para diagnosticar el estado del tratamiento de la salud mental, los científicos dirigidos por el investigador K. S. Jakob, del Christian Medical College de Vellore (India), midieron una serie de parámetros. Entre éstos, el número de psiquiatras y enfermeras especializadas en salud mental por cada 100.000 habitantes, las camas dedicadas por cada 10.000 ciudadanos, así como el número de países que cuentan con un plan específico en salud mental o con una legislación concreta al respecto.
Según el artículo de The Lancet, los españoles tienen a sus disposición 3,6 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, la tasa más baja de la UE. En Grecia, que ocupa el primer puesto, la cifra asciende a 15. El experto de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Marco Garrido, uno de los autores del informe, explica: “Hay que tener en cuenta que estos datos son anteriores a la transferencia de las competencias a las comunidades autónomas”.

Tercer puesto por la cola

El director de la Agencia de Calidad del Sistema Nacional de Salud, Alberto Infante, sostiene que, según los últimos datos publicados por el Ministerio de Sanidad y Consumo, la cifra asciende a 6,3 psiquiatras por 100.000 habitantes, lo que aún deja al país en el tercer puesto por la cola de Europa.
Algo parecido sucede con los enfermeros psiquiátricos. Sólo Grecia presenta una cifra inferior a los 4,2 enfermeros especialistas por cada 100.000 habitantes de España.
El portavoz del Consejo General de Enfermería Rafael Lletget recuerda que en España hay un déficit “tradicional” de enfermeros en general, y añade que además no se suele exigir el título de especialista en Salud Mental, por lo que la mayoría de los profesionales en estos servicios no está especializada. Para Infante, este estudio es “cuestionable por su metodología limitada, ya que se ha hecho con fuentes secundarias”.

La cenicienta del sistema

El profesor de Psiquiatría de la Universidad de Granada Francisco Torres opina que la salud mental en España está desatendida. “No es una prioridad política”, afirma. Algo con lo que coincide el coautor del informe Garrido, que la define como “la cenicienta del Sistema Nacional de Salud”.
Para este investigador la clave está en la considerable dificultad para medir los resultados de las intervenciones: “Si se invierte más en promover los trasplantes, por ejemplo, en seguida sube la tasa de trasplantes realizados; si lo haces en salud mental, no necesariamente curas a más gente, por lo que no se consiguen resultados en cifras”.
En 2006, el Consejo Interterritorial de Salud aprobó la Estrategia de Salud Mental. Su coordinador, el psiquiatra Manuel Gómez Beneyto, opina que ahora mismo “España está a la cola de Europa” y que hay desigualdades entre las comunidades autónomas. Dada esta situación, Gómez Beneyto define como “un gran acierto” la decisión del Ministerio de Sanidad de convocar a las sociedades científicas, civiles e instituciones relacionadas con la salud mental para desarrollar la estrategia finalmente aprobada, de la que destaca que “trata de mejorar y equilibrar la calidad de la asistencia a la salud mental”.
Para este experto, lo mejor de esta estrategia es que incluye un sistema de evaluación con indicadores cualitativos: “Cuando pasen dos años de su aprobación se verá qué está pasando. Desde luego, para cumplir los objetivos, es necesario aumentar los recursos, aunque dicho aumento no puede imponerlo el Ministerio, sino cada comunidad autónoma, por cómo está configurado nuestro sistema sanitario”. Las autoridades sanitarias pondrán en marcha en noviembre un Centro de Investigación Biomédica en Red para acelerar la aplicación real de la investigación en salud mental.