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sábado, 13 de diciembre de 2008

Los nuevos manicomios: "20.000 enfermos mentales en la cárcel"


En los años 80 desaparecieron los manicomios. Muy pocos querían verlo, pero hoy las enfermerías y módulos de las prisiones son los nuevos depósitos de enfermos mentales. Un 25 por ciento de los más de 82.000 presos tienen diagnosticado algún trastorno; casi 40.000 toman psicofármacos.


La masiva presencia de presos con patologías psiquiátricas es una verdad molesta. Desde que la reforma psiquiátrica de los años 80 cerró los manicomios por su ineficacia terapéutica, y dejó en manos de la familia y la red asistencial la salud mental, los patios y enfermerías de las prisiones han visto llegar sin parar a personas con trastornos. Los había sin arraigo familiar, excluidos que no sabían ni que padecían una enfermedad, que no se habían medicado en su vida, que eran diagnosticados cuando cruzaban la verja. La mayoría no puede justificar su delito en su patología, pero hay una parte para los que la cárcel no es el mejor sitio. El panorama lo pinta con claridad el responsable de la sanidad penitenciaria, José Manuel Arroyo: “Cuando uno va por las prisiones, se da cuenta de que hay un porcentaje alto de trastornos mentales. No es algo nuevo, pero ahora está un poco exacerbado. Una cárcel no es un dispositivo asistencial sanitario. Las enfermerías de los centros son en realidad unidades psiquiátricas. Los que tienen una enfermedad grave aquí no van a mejorar. Esto es nefasto ética, moral y económicamente. El primer objetivo es que éstos, cuando ya no presenten un peligro para la sociedad, sean trasladados a recursos sanitarios de la comunidad”. La idea no es la excarcelación masiva, sino el ingreso en centros más acordes con su salud mental.
En 2007 se sondearon 64 prisiones, y Mercedes Gallizo, responsable de la institución, reconoció que “en muchos casos, la enfermedad mental se halla en el origen del delito. La prisión se utiliza en ocasiones como un recurso de carácter asistencial para personas que no han sido tratadas y controladas en su vida en libertad”.

Las cifras de aquel sondeo demuestran que la masificación –casi 83.000 reclusos a finales de octubre, el doble que hace una década– no es el único reto. En las cárceles –“un entorno que crea ansiedad y pone a prueba emocionalmente”, admite Arroyo–, más de 20.000 personas tienen diagnóstico psiquiátrico, sin incluir el abuso y dependencia de las drogas. Si se contara a los toxicómanos, estaríamos hablando de que uno de cada dos presos sufre alguna alteración mental.

Muchos entraron en prisión con antecedentes psiquiátricos o después de haber tenido algún ingreso hospitalario. Pero también los hay que han desarrollado la patología entre el patio y la celda. Casi el 50 por ciento toma algún psicofármaco (ansiolíticos, antipsicóticos, antidepresivos o metadona). Y mil presos que tienen acreditada la condición de discapacitados psíquicos siguen en sus celdas.

Varón, español, entre 20 y 40 años, con un nivel de estudios y cualificación laboral muy bajos, con un cuadro psicótico que englobaría desde depresión y psicosis maniacas o paranoides hasta trastornos de personalidad y esquizofrenia, y sin hogar ni red familiar, son las características que se repiten. “Con ellos, el modelo comunitario ha fracasado. Se dejó en los familiares una gran responsabilidad. Cuando éstos fallaron o abandonaron, se quedaron a su suerte, se desestabilizaron y delinquieron”, comenta Arroyo.

Una idea que apuntala Mariano Hernández Monsalve, presidente de la Sociedad Española de Neuropsiquiatría: “Para delitos similares y no graves es más fácil que una persona con un trastorno mental ingrese en prisión que uno que no tiene enfermedad psiquiátrica. Se defienden peor, los abogados de oficio no suelen profundizar en su historial clínico porque piensan que es mejor no decir nada que verles acabar en el psiquiátrico penitenciario”.

La misma enfermedad los convierte en doblemente atrapados. Viven la indiferencia de los demás, se aíslan y se adaptan peor, no participan en las actividades, “y su refugio suele ser la enfermería de la cárcel”, explica este psiquiatra. Adolfo es un cubano de 40 años que se vio envuelto en una trama de falsificación de papeles para inmigrantes. Once meses de talego y un trastorno bipolar eran su nueva realidad. “Antes de entrar yo intuía que sufría algo, pero nadie me decía el qué. En la Modelo de Barcelona estaba en una celda que daba a un pasillo. Un día empecé a ver cómo los presos se tiraban por las ventanas”. En la cárcel le diagnosticaron y empezaron a medicarle. Para Estrella, coordinadora del programa de salud mental de la prisión de Valdemoro, Adolfo, como otros muchos, tendría que tener una alternativa a la cárcel, “y si no hay recursos, los jueces, al menos, deberían facilitar los permisos y las salidas terapéuticas, hay que ir preparando su salida para que no haya más fracasos”.

El departamento que dirige Mercedes Gallizo pretende lo que parece un pequeño avance. Según ha podido saber esta revista, Instituciones Penitenciarias ha empezado a recoger datos de todos los presos que sufren algún trastorno mental. Una vez localizados y diagnosticados, se analizarán los expedientes de aquellos cuyo delito tenga relación directa con la enfermedad (por ejemplo, un robo llevado a cabo durante un brote psicótico). Si no representan un riesgo de conductas violentas para sí mismos o para el resto, serán excarcelados y derivados a dispositivos sanitarios de la comunidad (casas-hogar, comunidades terapéuticas, centros de día…) para ser tratados como pacientes, no como presos. “Estamos hablando de entre un 20 y un 30 por ciento de los que sufren un trastorno grave. El porcentaje de presos con estas enfermedades es del 4 por ciento, el doble que en la población general”, aseguran fuentes penitenciarias. En la práctica estaríamos hablando de alrededor de un millar “que ya no necesitan ninguna contención, que están entre rejas porque el juez no sabía dónde enviarlos”, dicen las mismas fuentes.

Concha Cuevas, presidenta de Feafes, federación de asociaciones de familiares de enfermos mentales, sube la cifra hasta casi los 2.400 reclusos. “Si tienen conciencia de la enfermedad y les dan un tratamiento farmacológico y una psicoterapia adecuados, su control y autocontrol es posible fuera. Encerrados lo único que hacen es deteriorarse”, comenta esta malagueña.

María Isabel Mora, abogada de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, admite que ha habido avances, pero se sigue mostrando muy crítica: “Para conseguir que la sociedad esté tranquila no hace falta el régimen carcelario, existen otros métodos en libertad. Al final, estos presos se ‘comen’ las condenas enteras, no tienen beneficios”.

En la actualidad, las plazas en dispositivos no carcelarios son las menos. Los jueces no quieren líos, y si no hay una alternativa segura, los envían a prisión. Ni autonomías ni ayuntamientos asumen que tienen que dignificar la vida de sus enfermos.

“Aquí pasamos de un lugar de máxima contención como es la prisión a mandarles a la calle. No existen unidades intermedias, dispositivos públicos o privados como las casas-hogar, pero con un mínimo personal de seguridad”, explica Arroyo.

Fragmento de artículo extraido de la revista: Interviú

lunes, 8 de diciembre de 2008

Información extraida del periódico "Público": España no da la talla en atención a la salud mental

Los recursos destinados a los trastornos mentales son menores que en Europa, aunque se ha aprobado la Estrategia de Salud Mental para intentar paliar la situación

En comparación con el resto de países de la Unión Europea (la de los 15, antes de las dos ampliaciones posteriores a 2004), España es el país que menos recursos destina a la atención de sus enfermos mentales, por debajo de países como Italia, Grecia o Portugal.
La revista The Lancet publicó recientemente un informe titulado Los sistemas de salud mental en los distintos países: ¿dónde estamos ahora?, una radiografía de la atención prestada a la salud mental en los diferentes rincones del planeta. Los países pobres pierden por goleada respecto a las naciones más ricas, pero entre éstas también se observan diferencias notables.
Para diagnosticar el estado del tratamiento de la salud mental, los científicos dirigidos por el investigador K. S. Jakob, del Christian Medical College de Vellore (India), midieron una serie de parámetros. Entre éstos, el número de psiquiatras y enfermeras especializadas en salud mental por cada 100.000 habitantes, las camas dedicadas por cada 10.000 ciudadanos, así como el número de países que cuentan con un plan específico en salud mental o con una legislación concreta al respecto.
Según el artículo de The Lancet, los españoles tienen a sus disposición 3,6 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, la tasa más baja de la UE. En Grecia, que ocupa el primer puesto, la cifra asciende a 15. El experto de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Marco Garrido, uno de los autores del informe, explica: “Hay que tener en cuenta que estos datos son anteriores a la transferencia de las competencias a las comunidades autónomas”.

Tercer puesto por la cola

El director de la Agencia de Calidad del Sistema Nacional de Salud, Alberto Infante, sostiene que, según los últimos datos publicados por el Ministerio de Sanidad y Consumo, la cifra asciende a 6,3 psiquiatras por 100.000 habitantes, lo que aún deja al país en el tercer puesto por la cola de Europa.
Algo parecido sucede con los enfermeros psiquiátricos. Sólo Grecia presenta una cifra inferior a los 4,2 enfermeros especialistas por cada 100.000 habitantes de España.
El portavoz del Consejo General de Enfermería Rafael Lletget recuerda que en España hay un déficit “tradicional” de enfermeros en general, y añade que además no se suele exigir el título de especialista en Salud Mental, por lo que la mayoría de los profesionales en estos servicios no está especializada. Para Infante, este estudio es “cuestionable por su metodología limitada, ya que se ha hecho con fuentes secundarias”.

La cenicienta del sistema

El profesor de Psiquiatría de la Universidad de Granada Francisco Torres opina que la salud mental en España está desatendida. “No es una prioridad política”, afirma. Algo con lo que coincide el coautor del informe Garrido, que la define como “la cenicienta del Sistema Nacional de Salud”.
Para este investigador la clave está en la considerable dificultad para medir los resultados de las intervenciones: “Si se invierte más en promover los trasplantes, por ejemplo, en seguida sube la tasa de trasplantes realizados; si lo haces en salud mental, no necesariamente curas a más gente, por lo que no se consiguen resultados en cifras”.
En 2006, el Consejo Interterritorial de Salud aprobó la Estrategia de Salud Mental. Su coordinador, el psiquiatra Manuel Gómez Beneyto, opina que ahora mismo “España está a la cola de Europa” y que hay desigualdades entre las comunidades autónomas. Dada esta situación, Gómez Beneyto define como “un gran acierto” la decisión del Ministerio de Sanidad de convocar a las sociedades científicas, civiles e instituciones relacionadas con la salud mental para desarrollar la estrategia finalmente aprobada, de la que destaca que “trata de mejorar y equilibrar la calidad de la asistencia a la salud mental”.
Para este experto, lo mejor de esta estrategia es que incluye un sistema de evaluación con indicadores cualitativos: “Cuando pasen dos años de su aprobación se verá qué está pasando. Desde luego, para cumplir los objetivos, es necesario aumentar los recursos, aunque dicho aumento no puede imponerlo el Ministerio, sino cada comunidad autónoma, por cómo está configurado nuestro sistema sanitario”. Las autoridades sanitarias pondrán en marcha en noviembre un Centro de Investigación Biomédica en Red para acelerar la aplicación real de la investigación en salud mental.