X es un hombre “viejo” de 32 años que se pasó toda la vida trabajando desde muy niño. Su padre se lo llevaba al campo en un pueblo pequeño, por las mañanas intentaba ser un niño, pero nada más almorzar “trabajaba como un hombre hasta la noche”. Algún día del fin de semana llegaba a tiempo para cuando los otros niños estaban terminando de jugar y “me dejaban ponerme de portero”. Vivía en un ambiente familiar donde la queja por cansancio no cabía porque no se podía parar, por si ocurría algún imprevisto “que nos coja con todo hecho”. “Siempre estuvimos esperando una desgracia que nunca ocurrió”. “Nunca aprendí a parar”.
Hace 3 años “el cuerpo me paró a mí”. Desarrolló un cuadro ansioso depresivo con múltiples somatizaciones que le dejó invalidado para desempeñar sus roles de esposo, padre y trabajador. Inició un periplo por numerosas consultas de profesionales de la medicina (otorrinos, traumatólogos, neurólogos, internistas, digestivos) hasta que se convirtió en carne de psiquiatras y psicólogos, especialidades en las que visitó a lo más granado del país.
Le dieron gran número de diagnósticos de salud mental, el se queda con “obsesivo compulsivo e hipocondríaco” pero a regañadientes. “¿Cómo estos mareos, vértigos y dolores de cabeza y en el cuerpo puede crearlos mi mente?”. No se lo explica, siempre tiene la mosca detrás de la oreja, “tendré un cáncer en la cabeza”, “tendré un problema que el digestivo no ha detectado”. Sus dolores son tan molestos, siente que le anuncian que algo muy malo va a pasar y no se podrá hacer nada.
Llegó a mi consulta de psicólogo clínico de provincias, derivado por un psiquiatra de provincias, esperando un diagnóstico a la colección. En eso no soy muy bueno, y la verdad, tampoco en la búsqueda de La Verdad, pero una vez recogí la demanda inicial, le hice ver sin crearle inseguridad, que estaba dispuesto a escucharle y a buscar juntos alguna teoría que le ayude a convivir con sus experiencias. De hecho el ya la tenía…
Me contó experiencias especialmente temidas y yo le propuse probar con la “exposición”. Ya en otras consultas le habían animado a afrontar tales situaciones, “aguantarlas”, “aceptarlas”, “a no quejarse y a continuar”, “a no parar por los vértigos/mareos/dolores de cabeza…”. Generamos los ejercicios y se puso a realizarlos durante varias semanas. Pero esto era más de lo mismo…
Hasta que un día me dijo que “NO”. “QUE QUERÍA PARAR”. Toda su vida padre, familiares, jefes, médicos… le habían dicho que aguantara, que lo aceptara y siguiera, pero ese no era su deseo. Después le dijo “NO” a una orientadora laboral que no llevaba el ritmo que el quería, después se lo ha dicho a su mujer varias veces….
Y yo le entiendo y entiendo el sentido que tiene para él, estaba harto de ser dirigido por otros sin tener en cuenta sus necesidades. Y ahora quiere que en su recuperación sus deseos sean tenidos en cuenta.
Creo que el adoptar una mirada “centrada en el cliente” ha hecho nuestra relación terapéutica evolucione así. Estoy seguro que algunas personas de su entorno estarán confundidas y no muy contentas con algunas de sus decisiones, pero el me dice que sí lo está. Espero que igual que consiguió trasmitírmelo a mí, consiga hacerlo a otros. En esas estamos.