viernes, 16 de enero de 2009

LAS PALABRAS Y LOS AFECTOS (Una visión del psicoanálisis)



“Todas las neurosis son conflictos de la libertad”
(Henry Ey, 1976)

Ahora dedicaré un apartado a desarrollar una mínima parte de la obra del fundador de la primera técnica psicoterápica formalizada y uno de los que, a mi entender, más honradamente pretendió indagar en la naturaleza de lo que somos. Pretendemos internarnos en las reglas de lo psíquico dando cuenta de cómo construimos nuestro ser en el mundo a partir de nuestra base biológica y los avatares de nuestra existencia. Y creo ser preciso utilizando la palabra "construimos", déjenme explicar. Todo empieza con el caudal de información externa e interna que nos traen los sentidos, los estímulos son captados provocando respuestas. Esto ocurre desde los niveles más básicos de la filogenia; la ameba mueve sus seudópodos hacia aquel estímulo atrayente y rehuye el medio hostil. Así en nuestra ontogenia nos vemos inmersos desde nuestro nacimiento, y aún antes, en un rico universo de estímulos, atrayentes, apaciguadores o repelentes.

Aquí se me permitirá una licencia histórico-didáctica. En este medio de sensaciones inmediatas imaginamos a los primeros homínidos, persiguiendo huellas de sus presas que remiten de forma inmediata al animal anhelado. Huella tras huella, estímulo tras estímulo, aquel antepasado persigue sin desfallecer al animal que le proporcionará alimento y otros bienes. En un momento oscuro en nuestra historia, aquel ser se detiene, observa la huella dejada por el animal apenas unos momentos antes y abandona momentáneamente la tiranía del estímulo-respuesta. Esta huella le remite a la presa sin estar presente esta. La evoca y la trae al presente. Asistimos así al nacimiento del signo.

Tras esta escena mítica, la historia nos habla de una evolución del signo hasta algo nunca visto en la evolución de las especies, que nos define y particulariza como seres humanos: la creación del lenguaje.

Reparemos en el concepto, verdaderamente revolucionario y nunca visto en la milenaria historia de la vida. El hombre, entre todas las especies animales, asigna de manera arbritaria a una grafía o sonido, un determinado significado. Sin relación de contigüidad, semejanza o de otra índole, simplemente por convención entre seres humanos. Así codifica la realidad para expresarla y expresársela (la digitaliza). El salto cualitativo arranca al ser humano de las leyes de la física y lo introduce en las leyes del sentido.

Antes de comenzar con el relato de los inicios del psicoanálisis me parece necesario reseñar varios puntos que considero imprescindibles para abordar el camino por el que acompañaremos a Freud: Primero recordar que tratamos de un clínico, un médico que diagnosticaba y trataba decenas de pacientes, por lo que sus teorías tienen el valor de basarse en una observación directa de los sujetos afectos de padecimientos sin aparente causa orgánica (todavía hoy conocidos como funcionales) que se dieron en llamar neuróticos precisamente a partir de su desarrollo teórico. Segundo, que el marco conceptual donde se mueve Freud es heredero de un enfoque cartesiano donde la relación básica causa-efecto prima, se busca el pensamiento riguroso y analítico en un terreno, por naturaleza, resbaladizo y oscuro. Abordó el análisis racional, propio de una ciencia natural, de una serie de fenómenos psíquicos que hasta entonces habían sido desdeñados (por ejemplo el mecanismo del chiste, los olvidos, los actos fallidos, etc.).

Creo ahora que estamos mejor pertrechados para acercarnos a la Viena de finales del XIX, donde Freud, discreto hipnotizador, no acaba de controlar la técnica revolucionaria que Charcot introdujo como tratamiento para una misteriosa dolencia, la histeria, que se había comenzado a individualizar y analizar científicamente. Sus experiencias con la hipnosis en el hospital de La Salpetriere y Nancy, lo ponen en contacto con ideas como la existencia de elementos del psiquismo que no están en la conciencia, intuición de la conexión de la histeria con la sexualidad y la importancia de la relación del hipnotizador con el paciente para producir o suprimir síntomas mediante el trance. De vuelta de su viaje a Francia, Freud invita a Breuer a publicar juntos un trabajo, naciendo en 1895 los Estudios sobre la histeria. Siendo curioso que aunque está bien documentado que tanto Charcot como Breuer reconocían la conexión de la sexualidad con la histeria, no permitían que este conocimiento se reflejara ni en sus teorías ni en su práctica clínica. Freud abordará el estudio de estas entidades clínicas desde un enfoque original y revolucionario.

Ya en los Estudios esboza por su parte una entidad nosográfica nueva: señala la llamada histeria como resultado de una defensa del psiquismo. El paciente produce síntomas y escinde su personalidad para llevar a cabo el rechazo de ciertas representaciones que se le hacen intolerables. Freud aventura que esas representaciones eran de contenido sexual. Pero ¿qué habría en lo sexual que pueda tornarse intolerable? En 1905 Freud intenta el comienzo de una respuesta a este enigma.

Enfoquemos, de nuevo, la mirada sobre nosotros mismos. El ser humano se encuentra dotado por la naturaleza para realizar muchas de las funciones básicas para su supervivencia y reproducción (comer, beber, respirar,…), estas capacidades le permiten interaccionar con el medio físico. Sin embargo debe construirse un aparato psíquico para lidiar con un mundo simbólico procedente de los adultos en que no se encuentra menos inmerso y comprometido. Este aparato se construye a través de complicadas relaciones intersubjetivas (que derivarán en intrapsíquicas) que conllevan poder quedarse estancado, favorecer defensas con más o menos sufrimiento aparejado, etc. Aquí recordamos la propiedad fundamental del símbolo lingüístico, marca y privilegio del hombre: que no tiene más relación con un significado en particular que la convención entre los seres parlantes. Así en nuestro mundo de símbolos nos encontramos sin objeto fijado y unívoco de nuestro deseo, con lo que comporta esa confluencia entre lo externo y lo interiorizado de aleatorio, conflictivo y problemático.

Enlazo ahora el párrafo anterior con la pregunta que dejé en el aire, ¿porque el sexo? Asistimos mediante el acceso al lenguaje a una revolución en cuanto a la transformación del instinto animal, determinado y regido por las leyes de la biología y la evolución, a la pulsión exclusivamente humana, sin objeto predeterminado, regida por las leyes del psiquismo. Resalto la importancia de esto, la pulsión carece de objeto dado de antemano, a priori no tienen meta definida, son puro impulso, potencia. No hay nada en ella que facilite la determinación de su objeto, aquello hacia lo que tiende (Lacán señalaría “la pulsión es acéfala”). Esto sería lo reprimido, el no saber del objeto de la pulsión. Enlazaría esto con la angustia esencial que nos apunta Heidegger, Hurssel y posteriores filósofos llamados existencialistas, derivando directamente de la condición de libertad propia del hombre. No conocemos nuestro sentido en el mundo, lo construimos, decidimos y somos, por tanto, responsables de nuestros actos.

Armados con nuestro aparato simbólico enfrentamos al mismo azar, al caos existencial. Entre pesares y amenazas ininteligibles nos alzamos en la tarea de forjarnos una historia, un devenir cuyo valor sólo puede ser juzgado desde uno mismo (juicios inmanentes señala Deleuze). A veces nos sucede como al aprendiz de mago, y acabamos atrapados en nuestros propios trucos, quedando paralizados en ellos. Usamos de esta magia continuamente, pactamos nuestra curación con los dioses, ejecutamos rituales al pié de la letra, pedimos bendiciones y maldecimos a nuestros enemigos, alzamos y derribamos ídolos. Por no hablar de cómo nos relacionamos con los otros, cómo los cargamos de fantasmas, dejamos de verlos, los vestimos con ropas de viejos personajes representando una y otra vez la misma obra cuyo fin conocemos. Aquello que funcionó es repetido, reforzado por el recuerdo afectivo de cómo nos sentimos en el pasado, poderosos, amados, valorados, protegidos… sentimientos de segunda mano que nos confortan y adormecen alejándonos del simplemente vivir. Lo que antaño funcionó es repetido, atrapándonos, restringiendo nuestra libertad, mermando nuestra espontaneidad, adoptando identidades que nos ahogan con su rigidez. Nos desconectamos de la vida, de nuestros deseos, adoptando deseos de otros, incapacidades y límites ajenos, como trajes usados. Olvidamos que nuestros límites están por escribir a poco que abandonemos el lenguaje del “ser” y adoptemos el del “devenir”.

1 comentario:

jabibi dijo...

"Mi X me decía que ERA mala muchas veces, pero yo lo que HACÍA era PORTARME mal. Me lo llegué a CREER."(de una conocida común)