En principio considero esencial abordar las premisas epistemológicas que manejamos, para no vernos encerrados sin sospecharlo en estrechos marcos conceptuales, emocionalmente seguros pero rígidos, más que nocivos si no dan respuesta práctica a los problemas que abordamos, en este caso el alivio del sufrimiento como se presenta en la subjetividad. Para esto me remitiré a la consideración de observador y el hecho observado como un todo interrelacionado donde se influyen lo uno en lo otro sin posibilidad de separación. Tal visión rompe con el paradigma cartesiano que sacraliza la objetividad. Esta simplemente sólo sirve como petrificación en el tiempo y en el espacio del mundo en que habita cada uno de nosotros (como puede ocurrir con un diagnóstico clínico si no lo consideramos como una simple estimación puntual dentro de un proceso complejo). Esta visión, que arranca de la concepción platónica de un mundo de las ideas separado de un mundo de apariencias, se torna empobrecedora a la hora de considerar la totalidad del sujeto.
En la lógica del gestor, del control social, sistemáticamente se tiende a obviar las dimensiones no cuantitativas, sacralizando números y porcentajes que lamentablemente a veces son los únicos que se tiene en cuenta para decisiones de gobierno que se concretan en nuestras consultas. Muchas veces trae cuenta “cristalizar” al semejante para después poder tratarlo como pura mercancía, siguiendo la lógica del mercado. Y no debemos pensar que esta estrategia se aplica sólo en el ámbito de la gestión, también en las relaciones que establecemos todo los días. El ambiente de deshumanización y anonimato favorece esto, pues a un número, una mercancía, un objeto en suma, se le puede tratar sin piedad ni consideración, sin sospechar siquiera que tratamos con un semejante. Cuando convertimos una subjetividad en un objeto entramos en la lógica de transformarlo en un algo pasivo, que no emite, solo recibe. Como objeto pasivo podemos hacer con él lo que queramos, sin riesgo a ser atacados o cuestionados. Además habría que señalar que cuando objetivizamos un sujeto, lo convertimos en un “algo” que encaje en nuestra manera de ver el mundo (por ejemplo, las historias clínicas dirigidas, tras un somero examen hacia un diagnóstico incuestionable, donde recolectamos una tras otras, “pruebas” de nuestro buen juicio inicial). Los “objetos encajados en un marco” se esperan predecibles, deben seguir reglas “lógicas”, no deben sorprender, obedecerán lo que se les dice…Todo con tal de que no aumente nuestra ansiedad como profesionales y como seres humanos frente a lo imprevisto y creativo.
¿De donde viene el ansia por objetivizar la subjetividad? A menudo mantenemos discusiones con pacientes que plantean, por ejemplo: “quiero saber si amo a mi pareja”, como si alguien desde fuera se lo pudiera decir. ¿La necesidad de objetividad de la ciencia contagia a la sociedad? Nuestra opinión es que ciencia y sociedad conviven en una interrelación donde ni una ni otra se da separada. La ciencia es un producto social que trata de crear reglas y formas lógicas, para convertir lo inexplicable en explicable, para alejar lo aleatorio e irracional en nosotros mismos (por ejemplo, asesinato = ¿enfermedad mental?). En este sentido cumple un papel muy similar al de los antiguos mitos que hoy nos provocaría risa que alguien tomara en sentido literal. Creemos, con Kühn, que la sociedad va cambiando el paradigma científico-filosófico donde nos movemos al no dar éste respuesta ya a los nuevos problemas. Así se revalida la paradoja; en la solución está el problema. La ciencia plantea respuestas, pero las respuestas generan nuevos problemas cada vez más complejos. (Esto es jocosamente señalado en algunos comics: “Si aparece un superheroe, pronto vendrán los supervillanos”).
En los límites del saber se aprecia esto con más claridad, a veces debes cambiar el abordaje entero del problema para hacerlo soluble. Hay también mutaciones, creo, en el mundo de las ideas, así vemos como un genio introduce un concepto adelantado a su tiempo que sólo cuajará cuando la sociedad esté madura para ello.
Nuestros mundos particulares son subjetivos (se experimentan desde nuestra perspectiva) e intencionales, en ellos nos movemos y experimentamos nuestro devenir. Durante este devenir transformamos el azar en historia. El observador introduce orden en los acontecimientos, desde su perspectiva (en el sentido de Ortega y Gasset). Mi explicación del mundo lo hace entendible para mí, y por ende, predecible. Ante algo predecible puedes tratar de hacer algo para evitarlo. De esta forma, desesperadamente intentamos salir de padecer la realidad a tomar una posición activa, no sólo ya existente en nuestra psique, sino que este mecanismo termina siendo un factor transformador y creativo. De nuevo estamos en una paradoja, el mundo nos acontece, pero para mantener la ilusión de que no es así terminamos adquiriendo la capacidad de afectarlo y transformarlo.
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