Les quiero hoy hablar de algo que pertenece al ámbito de la intimidad, al de la suya y al de la mía, que pertenece al secreto, a lo que desde lo implacable de lo cotidiano nos conforma y determina nuestros destinos.
Es un tema crucial por más que podamos ignorarlo mientras con cada una de nuestras decisiones vamos construyendo y padeciendo lo que somos.
Pero no nos precipitemos. ¿Se han preguntado alguna vez los aquí presentes trabajadores y usuarios de la “salud mental”: Qué es un manicomio? En los libros de historia del futuro podrá leerse: El manicomio fue abolido en las últimas décadas del siglo XX en el mundo occidental como forma de abordar la patología mental, a favor de formas más evolucionadas de integración y tratamiento en la comunidad? ¿Es el manicomio un edificio, unos muros, una actitud, unos planes de salud, unas correas, una forma de tratar al otro? ¿Todo a la vez? ¿Nada de eso?
¿Qué es un manicomio? Cual es su esencia, su centro, lo que caracteriza a la estructura que sirvió por décadas como almacén de la insania y símbolo de marginación social.
Muchas veces cuesta la reflexión ante lo que damos por sentado, lo obvio. Así se explica la tendencia a soslayar el meollo del asunto una y otra vez, entreteniéndonos en lo accidental. Aunque merece la pena el esfuerzo si nos jugamos en esto la sustancia de lo que hacemos y somos en nuestra labor diaria, y por tanto, en gran medida, en nuestra vida. Y precisamente a esto nos queremos referir en este texto, a algo que creemos fundamental en nuestra labor: Que la práctica del cuidado y tratamiento en salud mental es ante todo una cuestión ética individual.
Ya pueden borrar, obviar, soslayar, posponer, relegar, postergar, olvidar o arrinconar esto en sus mentes tan pronto como lo he dicho, será de lo más normal dado el grado de alienación en que estamos inmersos, pero eso no aliviará ni un ápice de nuestra responsabilidad en configurarnos como un tipo de profesional u otro, esto es, un tipo de persona u otra.
Esta es la clave del tema que les traigo. A lo largo de los años, de las décadas, el manicomio ha sido muros y correas pero sobretodo ha sido una mirada al loco. Esta mirada conlleva la angustia ante nuestra locura consustancial, hacia nuestra inconsistencia y junto con ello la desesperanza reflejada en el nihilismo terapéutico. Ante esto nos defendemos objetivando al sujeto inquietante, lo usamos para tranquilizarnos y así mantener la ilusión de normalidad.
Los muros cayeron en nuestro medio más inmediato, por lo menos los muros pagados directamente con dinero público, pero: ¿Es posible derribar de la misma manera la marginación, el miedo, el uso del otro enloquecido, ahora trastorno mental severo, también actualmente denominado de forma paradójica “usuario” de salud mental?
El contexto es ahora más amable, las intenciones enunciadas… inmejorables. Pero, ¿se adaptan planes y recursos comunitarios a nuestros pacientes/usuarios en su realidad considerando que en la base de sus sufrimientos se encuentra la dificultad para conectarse al orden social, a la realidad consensuada, a los semejantes con sus anhelos y neuróticas ansiedades? ¿Respetan nuestros entusiastas propósitos rehabilitadores los tiempos los espacios o los deseos del paciente/usuario enfrentado a una realidad que vive como intolerable?
Las buenas intenciones siempre han sido peligrosas, pues mantienen su brillante cáscara mientras las oradan intereses más cotidianos, más vulgares y mezquinos y sin duda más humanos.
Este es el campo de batalla que señalamos, este es el momento: el momento del exceso de fuerza en una contención, esa decisión impuesta por nuestro propio miedo, aquel familiar del que simplemente nos defendimos por no saber decir no puedo o no sé…. Tomar conciencia, hacer ese insight que tanto pedimos a nuestros pacientes, examinar nuestras motivaciones, deseos y miedos y hasta que punto se los hacemos padecer a aquellos que cuidamos y tratamos.
Las modernas unidades con programas innovadores, los profesionales ya cronificados, los nuevos en esto, todos construimos los espacios, y no hay edificio donde no se pueda fraguar, poco a poco, un verdadero manicomio.
Por supuesto esto no estará planeado, ni mucho menos. Lo podremos identificar porque será un lugar donde prime en exclusiva el interés del profesional a costa de ese otro interés o deseo loco, enfermo, desacreditado.
En las reuniones sólo se hablará del bienestar de los profesionales, abundarán las quejas (sobretodo por falta de recursos) y, esto es muy importante, se tendrá bien claro aunque nunca de forma explícita que el loco es otra clase diferente de ser humano, tal vez recogido dentro de la socorrida categoría de los “pobres diablos” o “desafortunados” (por ser más políticamente correcto). Esto, como digo, jamás se enunciará así, precisamente porque no hará falta al darlo todos por sentado en la práctica.
Algo de lo que no habla ningún plan de salud mental es de esta lucha tan humana y tan cotidiana. Donde abundan los fracasos, las angustias, las debilidades que a base de borrarse, obviarse, soslayarse, posponerse, relegarse, postergarse, olvidarse o arrinconarse…casi se olvidan. Son caminos, como dije al principio, solitarios e inciertos, que se hacen mejor acompañados.
P.D.Aqui pongo un breve extracto de "Alicia en el pais de las maravillas", para que nos planteemos nuestra vocación:
A Alicia le pareció que esto era innegable, de forma que intentó
preguntarle algo más: "¿Qué clase de gente vive por estos parajes?".
- "Por ahí", contestó el Gato volviendo una pata hacia su
derecha, "vive un sombrerero; y por allá", continuó volviendo la otra
pata, "vive una liebre de marzo. Visita al que te plazca: ambos están igual de locos".
- "Pero es que a mí no me gusta estar entre locos", observó Alicia.
- "Eso sí que no lo puedes evitar", repuso el gato; "todos
estamos locos por aquí. Yo estoy loco; tú también lo estás".
- "Y ¿cómo sabes tú si yo estoy loca?", le preguntó Alicia.
- "Has de estarlo a la fuerza", le contestó el Gato; "de lo
contrario no habrías venido aquí".