domingo, 16 de noviembre de 2008

Sistemas abiertos, emergentes y recursividad


El paradigma conductista nos explica como las contingencias determinan las conductas respondientes, entendiendo como contingencia incluso las conductas verbales (no escapando estas de la determinación por contingencias naturales y conductas regidas por reglas), considero este un instrumento potente de conocimiento explicativo, aunque con alto riesgo de caer en la racionalización reduccionista. Al tratar al lenguaje como una conducta más que actúa sobre el mismo sujeto, no se tiene en cuenta suficientemente una característica: la recursividad, propia de los seres vivos, dando entrada, con ello, a la posibilidad de paradoja en el sistema como nos enseña el biólogo Bateson. Creo necesario explicar una noción del término “recursividad”. Éste hace alusión a la historicidad que guardan las estructuras vivas en su devenir, las fuerzas tendentes al cambio actúan sobre estructuras que a su vez se van transformando por efecto de estas mismas fuerzas. Se pone el ejemplo de una rueda de carro que en su giro avanza por el camino a base de una actividad repetitiva (el giro), la imagen geométrica que evocamos sería una espiral. Esto nos saca a los seres vivos de la “lógica de las bolas” propia de los modelos de la física newtoniana (no olvidemos que la física no es más que una magnífica fuente de metáforas, modelos explicativos para ordenarnos los datos y aventurar predicciones).

El conocimiento que obtenemos del mundo, el acto cognitivo (del latín cognoscere = conocer), no es pasivo respecto a un patrón externo. Interrogamos a la realidad en base a nuestros esquemas de adquisición de conocimiento y esta nos devuelve una respuesta que interpretamos. No sólo vemos lo que queremos ver, vemos en gran medida lo que esperamos ver. El proceso da cuenta tanto de nuestra estructura como de la realidad "externa". Mi mundo, el que habito y me afecta, es una interpretación de hechos que percibo según mi estructura perceptiva-cognoscitiva previa. Así toda vida evoluciona en su cualidad epistemológica, abriéndose a nuevos mundos en el proceso, enriqueciéndose y recreando. Digamos que el sujeto cambia las preguntas que hace a la realidad y esto modifica su mundo, de donde surgirán otras preguntas. Esta seria la esencia de una psicoterapia, no pretender modificar el mundo externo, sino cambiar la forma de interaccionar con la concepción de la realidad. Cambiamos nosotros y el mundo cambia con nuestras nuevas acciones y pensamientos (en cibernética se describiría como un cambio tipo 2). A veces hay pacientes que no encuentran respuestas porque no hacen preguntas “respondibles”, la lógica del problema que plantea es dilemática, no integradora, con respuestas limitadas que excluyen la riqueza y complejidad de las situaciones.

Resumiendo, el choque entre nuestra estructura y la realidad externa configura nuestro mundo, que es donde vivimos y, a su vez, verdaderamente se crea en el proceso de vivir. Me gusta el ejemplo del azúcar cuya cualidad de ser dulce no se haya en la estructura química de la sustancia ni en la disposición de nuestras papilas gustativas, nervios o centros neurales, sino que emerge de su encuentro e interacción, la manzana azucarada que te comes está dulce porque tú está allí para saborearla.

Esto nos dejaría como habitantes de mundos subjetivos que creamos en nuestro devenir, siendo este el proceso esencial de la vida. En cada relación que creamos con seres vivos o cosas estamos creando un nuevo mundo, que no está en una u otra parte de la relación, sino precisamente se configura en el encuentro, en el vínculo. Así estos mundos no son ni mucho menos ajenos o impermeables. Muy al contrario son dinámicos y se reestructuran continuamente en la interacción. De esta forma adquiere un papel central la comunicación, nos pone en contacto con otros mundos, remodelando nuestras fronteras y siendo esencial para la vida.

Me parece muy útil la consideración de lo que entendemos por realidad como una red de interrelaciones (tal vez, maya, como llamaron los hindúes a la red ilusoria que percibimos, o más modernamente el código “Matrix” de la película). En esta red los objetos solo tienen sentido considerados como tal a un determinado nivel de análisis, a otro pasan a mostrar su estructura como una nueva red de relaciones, sin encontrar el fin al proceso (comparar esto con la búsqueda que llevan a cabo los físicos de los constituyentes últimos e indivisibles de la materia, donde cada vez se tiene menos en cuenta el concepto de “objeto” y cada vez más el de “función”). De esta forma pasaríamos a considerar funciones (ejemplo fácil: los roles desempeñados en una familia), más que definiciones de objetos (yo soy…). Esto nos remite al concepto de identidad. ¿En virtud de qué función nos definimos? ¿Con respecto a qué sistema? ¿te defines por tus posesiones, por tu historia, por tus decisiones?

El mundo, la realidad, es acotada, diferenciada, clasificada, negociada, dentro de un determinado discurso que nos sumerge sin que nos exima de responsabilidad. ¿Cómo se define el discurso en el que se inscribe la interacción? ¿El discurso es el resultado de la interacción de los diferentes mundos subjetivos, con una orientación teleológica? Para responder en la medida de lo posible estas preguntas, creo debemos adentrarnos a abordar dos temas que creo cruciales para entender las relaciones entre los seres vivos: la organización de los sistemas y el tema del poder.